Fausto Banderas junto a Chispita, su compañera de lecturas, en su lugar favorito de la casa: la sala de música. Fotos: Patricio Terán / Construir.
Fausto Banderas, ícono de la arquitectura ecuatoriana, asegura que su casa es como un buen vino, que “con los años se vuelve mejor”. Y tiene razón. Después de 53 años, la vivienda que construyó mantiene su esencia arquitectónica.
Se trata de una de las primeras casas que Banderas edificó cuando volvió a Ecuador, después de estudiar arquitectura en Uruguay.
Para este arquitecto de casi 80 años, la arquitectura más compleja es la que se hace para vivienda, ya que esta debe satisfacer las expectativas de quien la habitará. Y la clave para que una casa se mantenga con el tiempo, según Banderas, consiste en construirla bien. Eso, precisamente, se refleja en la que él habita junto a su esposa y su hijo.
“Construir es un arte y una ciencia para organizar y diseñar espacios útiles y hermosos”, asegura.
En ese acto se conjugan la función, la forma y la durabilidad, tres claves de la arquitectura de este profesional.
Para Banderas, su casa no es vieja, es antigua, pues conserva la entereza de su origen gracias a materiales nobles y vistos como el ladrillo, la piedra y la madera, que predominan en todos los ambientes.
Estos materiales envolventes son para él la piel de su vivienda, que se caracteriza por un aire acogedor, gracias a la combinación de todos sus elementos. “Una armonía cromática con colores cálidos y texturas acogedoras”.
Esa calidez también es proporcionada por la luz, también protagonista en su vivienda.
En ella predomina la transparencia entre el interior y el exterior, donde los pequeños espacios verdes dan el toque natural necesario.
En 360 metros cuadrados, el arquitecto resolvió la presencia de una amplia y cómoda zona social, cocina y área de servicio, comedor, una suite para visitas, tres dormitorios en la parte alta y salidas hacia sitios verdes desde diferentes áreas.
Diferentes zonas tienen salida a los espacios verdes.
El corazón del estar íntimo, por ejemplo, es un patio interior donde llegan colibríes cautivados por el color verde. Se los puede observar desde la habitación máster.
“La naturaleza es una gran equiparadora del espacio porque enriquece con sus colores”, comenta Banderas.
En todas las zonas de la casa, la madera también asume un rol protagónico, tanto en detalles de los acabados como en el mobiliario. La caoba, el chanul o el cedro rojo del oriente son algunos ejemplos.
En los muebles se nota la herencia familiar pero también el diseño de autor. El mobiliario antiguo tiene para el arquitecto un contenido sentimental.
Así pasa con algunas sillas que complementan la sala y otros elementos como un espejo heredado por sus abuelos, que acompaña el trayecto de ascenso hacia los dormitorios. Esos se conjugan armoniosamente con las sillas LC1, de Le Corbusier.
La madera, piedra y ladrillo predominan en la casa.
El sitio favorito de Banderas es su sala de música, en la parte más alta de la vivienda. Allí le dedica tiempo a la lectura, acompañado del recuerdo que le dan las fotografías de sus padres, hijos y nietos.
Para él, cada elemento es parte de una concepción clara que tiene sobre la construcción de una vivienda: debe estar hecha con criterio funcional, pensando primero en lo útil y con un agregado estético que agrade a los sentidos, gracias al color y las formas.
Recuerda a Le Corbusier, cuando dijo que “la casa es una máquina para habitar”. Pese a las críticas que recibió este pensamiento, por entenderlo como una referencia a la arquitectura sin alma, para Banderas se trata de la conjunción de las claves de la buena arquitectura, en la que conviven un adecuado funcionamiento con la estética y el espíritu.