Máscaras ceremoniales, esculturas taurinas y gallos tradicionales que se colocan en los cumbreros de las casas son creaciones de Acosta. Foto: Víctor Vizuete/ Construir.
Flaco, largo, encorvado incipiente por la práctica de su oficio y con un bigote poblano ya casi cano, Washington Fernando Acosta tiene la pinta de uno de esos charros que daban vida a los héroes y villanos de las antiguas películas mexicanas.
Solo una salvedad le desvía de ese estereotipo: sus manos. Duras, fuertes y con más de 40 años de cortes y magulladuras, no sirven para tocar la vigüela o para darle sin asco al gatillo de una pistola, sino para crear arte a partir del hierro, el acero y otros tipos de metales.
Estudiante de mecánica del Técnico Don Bosco, apenas se graduó tuvo la suerte de aterrizar en el taller del maestro Hernán Valdez, artífice quiteño del repujado y del trabajo de filigrana con el metal.
Con él aprendió los primeros secretos de la profesión y orientó su quehacer a resaltar las costumbres y tradiciones de los habitantes de este reino, tanto indígenas como criollos.
Quito es un ejemplo del sincretismo que se dio entre las culturas originales y quienes llegaron luego, afirma Acosta mostrando que aprendió bien las lecciones de historia colegiales.
A ese perfil le fusionó más tarde todo lo que aprendió sobre su arte en la Madre Patria, adonde viajó en busca de nuevos horizontes y terminó haciendo lo que ya sabía: obtener arte a partir de pedazos de platinas y varillas de hierro; de herramientas viejas recicladas, como sierras metálicas obsoletas; de objetos reciclados…
También aprovechó para empaparse de otros estilos artísticos como el surrealismo, el abstracto, el rococó…
Recuerda que aprovechaba el tiempo libre que tenía para visitar los museos como El Prado o el del Escorial.
De regreso al terruño y luego de deambular sin rumbo fijo por algún tiempo, cambió el clásico ‘y ahora qué hago’ por un minitaller que se consiguió en la Plaza Arenas de Quito gracias a los oficios de su mamacita, que tenía un local de jugos en ese mercado.
De eso ya han pasado 12 años. Y Acosta ha logrado consolidarse como uno de los artesanos más solicitados, no solamente de la Plaza Arenas sino también de todo el Centro Histórico de Quito. Ahora, afirma convencido, casi casi trabaja bajo pedido, aunque siempre está produciendo objetos diversos para tenerlos de vitrina.
No labora mucho en hierro forjado pues su fuerte en el repujado y los motivos con suelda. Sus gallos tradicionales son muy cotizados; al igual que las máscaras ceremoniales o de Quijotes, los candelabros.
Como la vida no está para ponerse remilgones también crea bicicletas y carretillas decorativas para jardines, lámparas y faroles. ¿Los precios? Varían según el tamaño y la complejidad. Un candelabro vale USD 10; un gallo unos USD 250 y una máscara USD 300.