Me encuentro en el Coca, ciudad hermosa confluida por tres ríos, el Coca, el Payamino y el Napo, donde la luz de Alejandro Lavaka aletea como las alas de un pájaro con toda la fuerza en la comunidad capuchina y en las comunidades indígenas. Asistí al 29 aniversario de la muerte de Alejandro Lavaka e Inés Arango, dos religiosos que ofrendaron la vida por la defensa de las minorías étnicas. En el caso de Alejandro llegó a ser incluso obispo del Vicariato de Aguarico e Inés, una muy apreciada terciaria capuchina, lo que no obstó ni un ápice a ninguno de los dos, para llegado el momento volver a ser uno con la cultura de estos pueblos hasta tal punto de ofrendar su vida. Morir lanceados como ellos lo hicieron es una suprema ofrenda a la que se pueden acercar, respetar y comprender solo aquellos que han sufrido en carne propia el compromiso con los pobres o las minorías étnicas, por nombrar unos pocos José Miguel Goldáraz, Jean Marc Mercier, Elvira Fernandes, Juan Santos Ortiz de Villalba, Miguel Ángel Cabodevilla, Juan Carlos Andueza, Charlie Azcona, en realidad son tantos y todos buenos, valientes, comprometidos.
400 kilómetros fueron recorridos a pie, desde Guápulo hasta el Coca, esta era la décima caminata, otro acto de heroísmo, cuyo fin lo resumo en las siguientes aspiraciones, tomado de su manifiesto: “Nos reconocemos como hermanos y vamos haciendo una familia; la fe de la comunidades continua viva fortaleciendo sus sueños e iniciativas; la lejanía de las escuelas del milenio han producido deserción, desarraigo escolar y ruptura del tejido comunitario; la contaminación continua en los vertederos; la deforestación que genera derrumbes y anula las carreteras; los desechos de consumo familiar de las petroleras y madereras, el impacto social y ambiental que produce la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair”. Fui a comprender su amor y vine fortalecido.