La visita del papa Francisco es causa de gran alegría, de inmensurable gozo y de extraordinaria satisfacción en toda la sociedad ecuatoriana, especialmente para la comunidad católica.
La presencia del Papa se enmarca en el contexto de una visita pastoral. El Sumo Pontífice quiere saber cómo se halla la iglesia ecuatoriana en el cumplimiento de la doctrina para luego orientar a la jerarquía en las estrategias a seguir para conservar y acrecentar la fe y el conocimiento de los feligreses. Este solemne jubileo se ve opacado y apocado por las tergiversaciones que están dándose y se debe comentar y corregirlas.
1. La Iglesia ha sido pospuesta por el Gobierno de un Estado laico. Este se ha convertido en el prioste de la fiesta y aquella es solo un acólito. Causa sorpresa ver al Arzobispo de Quito y a unos dos o tres purpurados en un brindis, almuerzo incluido, en una reunión sui géneris para organizar la llegada de Su Santidad. Los prelados parece que se han olvidado la sentencia de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
2. La generosidad gubernamental no es tal. Los templetes levantados y los trabajos adyacentes implican una factura de USD 10 millones para el pueblo. Esta suma pudo ahorrarse dejando en manos de la colaboración de la empresa privada. Un solo ejemplo, la donación de las 85 000 rosas.
3. La cúpula eclesial debió ver esta visita como la ocasión para salir a las iglesias, templos, capillas, oratorios, calles y plazas, etc., para constatar el cumplimiento y práctica de la religión. En las Tablas de la Ley están grabados para siempre los mandamientos, entre otros, los siguientes: “Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo. No robarás. No levantarás falso testimonio ni mentirás”. La inquietud es cómo vive, en el día a día, la Iglesia ecuatoriana estos mandamientos y qué hacen los pastores con los creyentes.
La visita papal se convertirá en un hito para las generaciones jóvenes por conocer al primer Pontífice latinoamericano.