Es debido a la soberanía y a la libertad, que aún nos queda -aunque por poco tiempo más penosamente- la posibilidad de resistir con toda entereza y vigor los fortísimos embates que el Primer Mandatario suele proferir cotidianamente: de descalificación, de prepotencia, de desacreditación, de demagogia, de ofensas, de burlas, y que es característico en regímenes totalitarios, en que, con cualquier pretexto se quiere condicionar y restringir abiertamente la libertad que todo ser humano debe tener para poder expresar su palabra. Los ecuatorianos deberíamos imbuirnos de más amor propio, y tomar muchísima mayor conciencia de que la libertad de expresión se halla en estos precisos momentos en serísimo riesgo de desaparecer, en virtud del cariz totalmente amordazador que el oficialismo está imprimiendo -cueste lo que cueste y proteste quien proteste- a la famosa Ley de Comunicación, que se halla a un tris de ser aprobada. Y, lo más grave del caso, es que todo ello se está haciendo sin el más mínimo rubor ni vergüenza. Una vez que ya hayamos perdido el don de la libertad, nunca más podremos decir que somos un país soberano. Nunca más.