El derecho a meditar
Tomar asiento bajo la sombra de un frondoso árbol para cavilar sobre las determinaciones ulteriores es uno de los goces más exquisitos del ser humano.
Es maravilloso soltar el timón en ese etéreo infinito llamado conciencia y navegar por las imágenes creadas por la entelequia producto de la mente. La capacidad de recrear la magnificencia es sublime y permite barajar más de una opción para la más cotidiana de los quehaceres. Por ello es necesario preguntarse. ¿La persona como un ente que piensa, siente, y sufre ejerce su derecho a permanecer meditabundo? Si se dedicara más tiempo abstraerse dentro de sí, y depender menos de la teoría del caos, la materialidad distaría mucho de nuestro concepto existencial. El derecho a deliberar con uno mismo, no corresponde únicamente al laureado intelectual con sus libros, o al riguroso técnico con sus profundos cálculos, es para todos. Cada decisión sin duda influye en el presente y en el futuro, formado así el pretérito que siempre será imperfecto, por haberse autocensurado el derecho a pensar con calma, e imaginar su ego perfecto.