De la burocracia de Matusalén a la verdadera gestión pública

Profundo malestar produce observar el discurso repetitivo por décadas de la famosa rectoría, la política pública y la pesada normativa que emana de los ministerios de nuestro país, y; cuyos lemas institucionales, han sido un discurso trillado de la transformación productiva, social y ambiental, que hasta hoy no se ha materializado.

Salvo merecidas excepciones, el servicio público lamentablemente ha sido representado por enormes edificaciones, denominadas hoy plataformas; centenares de vehículos aparcados y ejércitos de personas que entran y salen de sus burós, cumpliendo el horario y timbrando tarjeta, lo cual se ha traducido en el déficit fiscal año a año y la conocida deuda pública.

La pandemia en este ámbito, ha dejado al descubierto que no es necesaria tanta gente, tantas plataformas y tantos vehículos para emitir la política pública, autorizaciones, certificados, licencias, etc. Pues la tecnología, la digitalización y la virtualización, han dado un giro radical a la forma de brindar un servicio público; hoy basta un clic y podemos dar respuesta a nuestros trámites, con la cantidad adecuada de personal, la tecnología idónea y con el uso eficiente del tiempo y otros recursos, especialmente financieros.

El desafío del actual presidente y demás funciones del Estado, incluidas las entidades descentralizadas, es también innovar su gestión, mediante la eliminación, sustitución o trasformación institucional, cambiando la manera de ofrecer un servicio y de paso monetizar, demoler o chatarrizar algunos activos improductivos (inmuebles, vehículos, maquinaria, equipos obsoletos, entre otros); pero sobre todo hacer análisis profundo, de lo que realmente es válido hoy en día.

Por tanto, la innovación es una tarea pendiente, también en el quehacer público, para transformar su rol, con personal competente y sobre todo con valores humanos, para generar una gestión transparente y eficiente, en las áreas únicamente indispensables para apoyar a nuestra sociedad, pues todavía quedan entidades públicas, que no sabemos cuál es su verdadero aporte al desarrollo.

En consecuencia es vital, emprender en una mejora continua del aparataje estatal, tanto en su tamaño, su forma eficiente de administración, su generación de empleo plenamente productivo y su sostenibilidad financiera en el tiempo; pues la corrupción galopante y los excesos en el uso de recursos, ya nos costaron miles de millones; y, si no tomamos decisiones oportunas, lamentablemente, estaremos destinados a nuestra propia obsolescencia.

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