Tres semanas antes del lunes 28 de mayo de 1990 se escogió la iglesia de Santo Domingo, en el centro de Quito. Ese día, la prédica de las 05:00 del padre Luis Tipán tenía más fieles que los habituales.
Eran 244 personas, buena parte originarias de una comunidad de Chimborazo, que había contratado la misa, y campesinos de Imbabura, Cotopaxi y Cañar.Estuvieron los líderes indígenas Miguel Lluco, Blanca Chancoso y José María Cabascango, presidente de la coordinadora de organizaciones en conflicto de tierras. Ellos querían que se resolviera, con expropiaciones, sus problemas de tierra como centro de producción y de vida.
La demanda indígena se convirtió en la chispa que llevó a desplegar una estrategia para que el país conociera lo que ocurría.
El primer paso fue la toma de la iglesia de Santo Domingo. El segundo: un levantamiento, con cierre de carreteras y desplazamiento hacia la capital, para mostrar la fuerza social del pedido.
Hace 20 años, en el templo se encontraban también ‘mishus’ o mestizos, que acompañaron esa lucha. Eran Virgilio Hernández, hoy asambleísta de Alianza País; Napoleón Saltos, ex diputado de Pachakutik, y miembros del Taller de Arte y Educación Popular, que era parte de la Coordinadora Popular de Quito, que acogía a grupos culturales y barriales.
Hubo integrantes de la Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Clasistas Unitarias de Trabajadores (Cedocut) y de grupos eclesiales, seguidores de monseñor Leonidas Proaño, obispo de Riobamba. Estuvo el ‘Negro’ Roberto Ortega, de la Coordinadora Popular del Guayas.
Todos fueron parte de las oraciones al santo Vicente Ferrer. Esperaron a que el cura diera la bendición. y Lluco sorprendió a quienes escuchaban la misa: “La iglesia está tomada”.
Antes de eso, los jóvenes de las organizaciones urbanas habían logrado introducir discretamente una cocina, tanques de gas, provisiones (latas de atún y tostado). A las 06:00 de ese 28 de mayo ya tenían el control de las puertas.
Los activistas estudiaron los horarios de apertura y cierre de la iglesia, la cantidad y ubicación de las baterías sanitarias y el número de religiosos y cuidadores no solo de Santo Domingo sino de La Catedral, San Blas y San Francisco.
Al principio hubo confusión. Los fieles no sabían qué sucedía. Finalmente, escucharon las razones de la toma.
La estrategia tenía un objetivo claro: mostrar la situación de los indígenas ecuatorianos que vivían 72 conflictos de tierra, tras las reformas agrarias de 1960 y 1962 y la Ley de Desarrollo Agropecuario de 1977.
Pero no solo eso: los manifestantes denunciaron actos de racismo, exclusión y maltrato en las oficinas públicas y en las haciendas.
Era el momento preciso porque Rodrigo Borja gobernaba desde 1988. Con León Febres Cordero, el mandatario anterior, abrir canales de diálogo habría sido difícil. Y no querían represión.
Otro factor favorable: se acercaba el aniversario de los 500 años de conquista española y de resistencia indígena, que les motivó a armar una plataforma con 16 puntos. Uno era el de la educación intercultural bilingue, cuya dirección la creó Borja.
Ese lunes 28 de mayo fue el primero de 11 días de ocupación de la iglesia. Las ancianas pugnaban por salir. En pocas horas, la Policía cercó la iglesia y anunció un desalojo para rescatar a los rehenes.
No hubo acuerdo entre los actores de la ocupación pero, al menos, se logró el compromiso de que los uniformados se retiraran de las puertas para que salieran los fieles.
La Pastoral Indígena actuó como mediadora ante el Gobierno. Jóvenes de las comunidades cristianas informaban los acontecimientos y reacciones políticas a quienes permanecían adentro.
Los ocupantes de la iglesia habían planificado todos sus movimientos. Lo primero que hicieron fue conocerse y asignarse tareas: unos hacían guardia, otros cocinaban, limpiaban, organizaban jornadas de reflexión… Se comunicaban por radios portátiles.
Tres días después de aliviar el hambre con tostado y atún, el cuarto día fue jubiloso: monjas mercedarias llevaron bidones de agua y pollos. Fue el único paréntesis. Luego, 12 de los activistas hicieron huelga de hambre.
La lucha no era solo en el templo. Cada decisión que se tomaba se convertía en hecho público. Todas las tardes, desde las 16:00, a través de altoparlantes, los ocupantes explicaban a los tran-seúntes y curioso las razones de la toma. En la plaza de Santo Domingo se organizaban mítines. Mucha gente escuchaba por primera vez que el Ecuador no era un país homogéneo ni justo.
El 7 de junio, los ocupantes salieron. El Gobierno aceptó dialogar con una comisión de indígenas y mestizos, entre ellos Luis Macas, secretario general de la Conaie, Hernández y Saltos.
La toma de Santo Domingo, en 1990, marca la irrupción del movimiento indígena en la vida política del país.
Protagonistas
Virgilio Hernández / Participante de la toma y asambleísta de A. País
‘El país no existe con los indios y tampoco sin ellos’
“El movimiento indígena demostró ser un actor social fundamental, se convirtió en el actor de los 90. Sigue siendo una referencia. No se puede seguir pensando en Ecuador solo desde la perspectiva del movimiento indígena, pero tampoco se puede pensar el país sin considerar al movimiento indígena.
“Hay muchos avances en el plano democrático, lo que dice la Constitución de 1998 es importante, más aún lo de la del 2008.
“En la democratización se recorrió mucho en el reconocimiento de los derechos de la diversidad, en el régimen jurídico y en la cultura política del ecuatoriano también.
“No puedo decir que ya no hay racismo, pero existe mayor conciencia de que hay diferencias.
“Una gran deuda son las condiciones concretas y materiales de vida más dignos para este sector.
Tal vez sus expresiones político electorales están debilitadas, pero no es la única manera de mirar al movimiento indígena.
“Ahora se exacerban las diferencias, se debería pensar en todas las posibilidades de encontrar puntos de unidad.
Desde el lado oficial no se puede pensar en movimientos sociales subordinados. Y desde los indígenas no se puede desconocer avances en objetivos por los que hemos luchado toda la vida. Falta un mutuo reconocimiento, hace falta concedernos y cedernos mutuamente”.
Andrés Vallejo A. / Ministro de Gobierno de Rodrigo Borja
‘El levantamiento nos cogió desprevenidos a todos’
“Antes del levantamiento, el Gobierno de Rodrigo Borja había creado una comisión de Asuntos Indígenas. Esas conversaciones avanzaron hasta febrero de 1990.
“Luego entendimos que los indígenas las suspendieron porque estaban preparando el levantamiento. Puedo decir yo que fue penoso que esas conversaciones no hayan continuado. Pero no, fue positivo porque llamó la atención sobre un hecho que cogió a todo el mundo desprevenido, incluso a la inteligencia militar. Nadie sabía del levantamiento.
“Cuando se produjo la toma del convento de Santo Domingo y, al mismo tiempo, el levantamiento en 23 zonas del país, se activó un proceso social que creo no se ha terminado todavía.
“El Gobierno se sentó a dialogar por cuatro días con la dirigencia, encabezada por Luis Macas y Nina Pacari. Su agenda era de 23 aspiraciones, en su mayoría referidas a la posesión de la tierra y a la educación bilingüe, tema que hoy es parte del conflicto con el actual gobierno.
“Las necesidades de los indígenas son reales, más allá de sus legítimas aspiraciones políticas. Lo que pasa hoy es que la actividad política está muy desprestigiada y por eso la reciente convocatoria se ha desfigurado, pese a que su lucha por el agua es tan importante como fue la de la tierra hace 20 años”.
Luis Macas/ Ex presidente de la Conaie y participante del diálogo con Borja
‘Hoy la lucha es por otro elemento: el agua’
“A partir de 1990, las relaciones entre la sociedad nacional y las comunidades indígenas han ido cambiando. El diálogo y el trato ahora son más equitativos. Antes las condiciones económicas eran distintas. La relación fue entre patrón y precarista.
“La lucha reinvindicativa ha sido un elemento fundamental para el fortalecimiento. La pelea por la tierra, el territorio, ha sido decidora en la vida de los pueblos indígenas. La lucha por la identidad, por el reconocimiento de las particularidades identitarias y culturales, ahora es más visible para el Estado y la sociedad. Desde los noventa hay algunas conquistas.
“Una es la educación intercultural bilingüe, una forma de revalorizar y rearticular la identidad de los pueblos.
“La toma de la iglesia y el levantamiento marcaron una época. Una constante es pensar en la sociedad, no solo en los indígenas. Históricamente los pueblos hemos estado presentes desde la misma época colonial y la vida republicana con la lucha por la tierra como elemento de sobrevivencia y forma espiritual que permite la vida.
“Ahora la lucha es por el agua, un elemento vinculado con la tierra. En Montecristi, donde se redactó la Constitución, los nuevos preceptos, la plurinacionalidad y el Suma Kawsay no se habrían incluido sin nuestra presión. Ahora tenemos que volver a vincularnos con el resto de la sociedad”.