Asma Al Assad era el símbolo de la mujer contemporánea: guapa, inteligente, elegante, con estudios universitarios en Londres y –de paso- con sensibilidad social. En el 2011, la revista Vogue la llamó‘La Rosa del Desierto’ y le dedicó el artículo central de la edición de marzo. Para cuando la edición vio la luz, las protestas en Siria habían estallado, y su esposo ya había ordenado disparar a mansalva a quienes asistían. Las activistas que trabajaron con ella en sus obras de caridad y por los derechos de género en Siria demandaron a través de Twitter, Facebook y otras vías que ella dijera algo, que detuviera la carnicería… pero nada. Vogue debió titular su artículo ‘Cuando las mujeres callan’. Asma Al Assad es tal vez el caso más dramático de silencio cómplice, pero no el único. Es la demostración más evidente de que la presencia de la mujer en la política no significa nada si no somos capaces de ser –al menos un poco- distintas a los hombres en el ejercicio del mismo.
Tras más de 100 años de feminismo, es hora de revisar las metas. Nos empeñamos tanto en tener acceso, en cuotas políticas, cuando este ya no es el problema. El poder ya no está para nada lejos de las mujeres, todo lo contrario. Angela Merkel es la mujer más poderosa de Alemania y, en los hechos, la líder de toda la Unión Europea. Hillary Clinton es la segunda persona más poderosa del gobierno de Barack Obama. Y tenemos a nuestra gran líder latinoamericana: Dilma Rousseff, la tercera mujer más poderosa del mundo después de Merkel y Clinton. Pero la pregunta sigue intacta, ¿cuánta diferencia realmente hacen las mujeres en el poder? O mejor aún, ¿cuánta diferencia hacen para otras mujeres que las necesitan?
Las estadísticas hablan por sí solas. En Siria, uno de cada tres muertes por Al Assad son mujeres, los datos de lapidaciones en Medio Oriente siguen siendo alarmantes. Y en América Latina, mientras hay cuotas políticas casi paritarias en muchos países, la violencia de género sigue siendo el pan de cada día. En el Ecuador, mientras tenemos ministras de jet set, una de cada cuatro ecuatorianas adolescentes se convierte en madre, por ignorancia, falta de educación, o violencia. En 10 años, se ha incrementado en un 74% los embarazos precoces. Una de cada tres mujeres ecuatorianas ha sido víctima de violencia de género. Y no dicen nada cuando otras mujeres son insultadas.
La verdad es que la distancia que separa a mujeres con poder de las mujeres del pueblo llano es cada día más abismal. Como bien lo dijo un día una amiga inmigrante colombiana, “América Latina está mal porque las mujeres ven telenovelas en lugar de leer. Porque se creen el cuento de la Cenicienta o de la Bella Durmiente en lugar de estudiar y esforzarse. Porque les vendieron el cuento de la igualdad de la mujer, siempre y cuando los hombres pongan las reglas”. ¡Y tiene toda la razón!