El mundo contemporáneo, en la actual producción del espacio, se ha olvidado del ser y se ha quedado solo en la forma. Esto ha provocado una separación entre el ser humano, la producción del espacio y la naturaleza.
Los resultados son cada vez más desastrosos. Se observa una continua agresión al entorno natural, a su simbología y a sus significados.
El ego del occidental ha llevado a que la actual producción espacial, en especial de la arquitectura, esté separada del entorno natural. En la sociedad actual se dejan de lado las cuestiones primordiales del hábitat y se pone en primer plano el consumo.
Esto nos ha extraviado como sociedad. Nos hemos fragmentado y quedado solo en la superficie, en la epidermis. Tanto en la producción de objetos como en otras instancias del quehacer humano.
Ver cómo este ‘ser’ manabita o esmeraldeño, ‘está y habita en el mundo’ debería ser la primera premisa para pensar en la reconstrucción de las viviendas de quienes las perdieron en el sismo del 16 de abril pasado, en Manabí y Esmeraldas. Realizar un acercamiento profundo a su identidad debería ser la primera actividad de quienes buscan dotarle de un lugar para que viva.
Este acercamiento debe hacerse con principios de solidaridad, comunidad y convivencia. Teniendo en cuenta la profunda relación que tienen los manabitas y esmeraldeños con la naturaleza.
Por eso vemos con preocupación que el diseño y la construcción de varios inmuebles pueden afectar directamente esa forma de vivir: ventanas pequeñas; la falta de un ‘portal’, fundamental en la vivienda costeña tanto para protegerse del clima como para dialogar con la comunidad; aleros muy pequeños… en fin, elementos extraños a la idiosincrasia de esos pueblos.