El primer presidente de izquierda de Uruguay, fallecido el 6 de diciembre, por sobre todo fue un demócrata
Hay un hecho que explica la magnitud, lo excepcional y hasta lo envidiable de la democracia uruguaya. El 10 de diciembre del año anterior, el entonces presidente Tabaré Vázquez viajó a la asunción del mandatario argentino, Alberto Fernández, acompañado por Luis Lacalle Pou. Este, un representante de la derecha, ganó las elecciones para convertirse en su sucesor y dar por finalizados los 15 años de dominio del izquierdista Frente Amplio.
Tampoco es algo que debiera sorprender. En la campaña se encontraron dos caravanas, la una del Frente Amplio y la otra del Partido Nacional, de Lacalle. En lugar de darse trompadas, tirarse piedras e insultarse, como se lo esperaría en las ardidas democracias latinoamericanas, se juntaron para cantar el Himno Nacional.
Vázquez, a quien en Uruguay lo llamaban simplemente Tabaré, fue dos veces presidente (2005-2010 y 2015-2020). Y su biografía cuenta que fue el primer intendente (alcalde) de Montevideo de izquierda (1990) y el primer mandatario de izquierda, cuando rompió la hegemonía que desde 1830 mantenían los partidos Nacional y Colorado.
“A partir de 1989 condujo al Frente Amplio desde la minoría inoperante hasta la cima del poder”, dice sobre él Miguel Arregui, en el diario El Observador. Y lo llevó a 30 años de triunfos.
Cuando los relojes marcaron las 00:00 del 1 de marzo del 2005, Montevideo fue una murga larga, como largos son sus carnavales de 41 días. Una comparsa natural llenó la avenida 18 de julio, la principal arteria; hubo fiesta en la ciudad, sobre todo en el barrio obrero La Teja, donde nació. Allí comenzó su trabajo social y fue presidente del club de fútbol del barrio: Progreso. Logró, en 1985, ser campeón, uno de los nueve equipos que lo han hecho en medio de la hegemonía Peñarol-Nacional.
“¡Festejen, uruguayos, festejen!”, les alentó Tabaré desde un balcón. Y eso hicieron los montevideanos: como si fuera el Año Nuevo, la parranda duró hasta la entrada del sol. La frase quedó grabada en la memoria popular y es citada recurrentemente.
De no haber sido por la pandemia, una multitud mayor lo hubiera acompañado en su cortejo fúnebre. Su muerte, el 6 de diciembre, lo deja como uno de los mayores presidentes de la región. Ironías desagradables de la vida, este médico oncólogo, que durante su administración combatió el tabaquismo -Uruguay fue uno de los primeros en imponer las más estrictas medidas contra el cigarrillo- fue víctima fatal de un cáncer al pulmón.
Vázquez es -también irónicamente- el gran olvidado entre los presidentes del socialismo del siglo XXI, seguramente porque es una definición en la que no se embarcó. Aunque lamentaron su fallecimiento, cuando eran gobierno no solían erigirlo como uno de los íconos del giro ideológico regional.
Vázquez mantenía obviamente relaciones con Hugo Chávez, Lula, Evo Morales y no adhirió al Grupo de Lima contra Nicolás Maduro. Por otro lado, funcionarios de Venezuela, Brasil, Argentina e incluso Ecuador, solían referirse, siempre en voz baja, a Uruguay como un país pequeño para tomarlo en cuenta como referencia de las grandes transformaciones que decían llevar a cabo.
Pero el Presidente de ese pequeño país que ha vivido entre las dos potencias sudamericanas y sus asimetrías, tuvo con Argentina uno de los momentos más críticos de su gestión.
En el 2005, el Gobierno del Frente Amplio autorizó la construcción de una planta de celulosa en Fray Bentos, en las orillas del río Uruguay, que sirve de frontera con la ciudad argentina de Gualeguaychú. En Buenos Aires, el presidente Néstor Kirchner convirtió el asunto en un tema nacional, algo que molestó a Uruguay. Los argentinos bloquearon la frontera, cortaron el puente que enlaza ambas urbes.
Tabaré prefirió, en cambio, la diplomacia: consiguió apoyo internacional, sobre todo de Estados Unidos, y ganó, en el 2010, el juicio en La Haya.
Como primer presidente por el Frente Amplio, fundado en 1971 como una coalición de un amplio espectro de la izquierda, a Vázquez no se le ocurrió autoerigirse como el refundador de Uruguay. Tampoco renovó la Constitución ni la manipuló a su antojo. La cultura política uruguaya no se lo habría permitido.
Tabaré fue un socialista, pero sobre todo, un demócrata. “Para que un país avance, se precisa vivir en democracia, con paz social, generando economía, distribuyéndola en el momento en que se genera”, dijo en una entrevista al canal 10 de Montevideo.
No buscó ni creó enemigos. Cuestionó a la prensa, como corresponde en el marco de la lógica tensión periodismo-poder político de una democracia sana. También creyó que actuaba como opositora, pero no intentó callarla. No cayó en la bajeza de denostar ni perseguir a sus adversarios; no pretendió acabar con los partidos ni padeció la megalomanía de perpetuarse en el poder como tantos otros izquierdistas.
Vázquez, más bien, era un convencido del diálogo. Y eso aprendió de su experiencia como médico y como intendente. Él mismo recordaba que, como Alcalde, había cumplido una promesa de campaña: reducir a seis horas el trabajo de los municipales. Cuando tuvo una reunión tensa con el líder sindical Eduardo Platero, le dijo que no entendía el porqué de tanto reproche si “les dimos las seis horas”. Platero le respondió: “¿y el sindicato te lo pidió?”.
“La gente que vive el problema, generalmente, tiene una buena solución. Hay que escuchar, como el médico debe escuchar al enfermo”, decía.
Logros tuvo y desaciertos, también. El mayor de los primeros fue el plan Ceibal. No solo entregó una computadora a cada niño de las escuelas públicas, sino que estuvo acompañado de un plan pedagógico y de la extensión de la conectividad. Lo hizo en el mejor de los momentos posibles: la conexión de alta velocidad llegaba a la región. Su plan permitió que ahora, cuando hubo teleeducación por la pandemia, los estudiantes uruguayos no sufrieran las desigualdades como en el resto de la región. Pero desencantó a los progresistas cuando vetó la ley que despenalizaba el aborto.
A Tabaré lo recuerdan en Uruguay como un jefe de Gobierno que actuó como un médico. Él llegó a decir que si volviera a nacer, elegiría igualmente ser médico pero no político. Luego, con los años, que pueden dar “algo de sabiduría”, supo que “ejercer la política con responsabilidad es también hacer medicina con la sociedad”, que tiene “patologías y también enormes grandezas”, dijo en la entrevista citada.
Aquel 1 de marzo del 2005, Tabaré Vázquez dijo en el Parlamento que esperaba ser recordado como un presidente serio. Y lo fue, como seria es la democracia uruguaya, que se fortaleció aún más con él.