Francisco Alexander tradujo la obra ‘Hojas de hierba’. Ilustración: Fabián Patinho
En la década de los ochenta, en una de las oficinas de la Embajada de Estados Unidos en Quito, un hombre entrado en años -amante de la música y de la poesía- se dedicaba a traducir todo lo que llegaba a sus manos, desde los discursos de las autoridades más importantes hasta manuales de VHS.
Décadas atrás, ese mismo hombre, llamado Francisco Alexander (Quito, 1910-1988), había dedicado 29 años de su existencia a trabajar en la única traducción completa en español que hay, hasta la fecha, de ‘Hojas de hierba’, la obra cumbre de Walt Whitman, el poeta esencial de las letras estadounidenses.
A la traducción publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1953, un trabajo que fue comentado por el escritor argentino Jorge Luis Borges, se suman la de ‘Conquistador’ de Archibald Mac Leish (1960) y la antología ‘Cincuenta poemas asiáticos de amor’, en traducción indirecta del inglés, publicada en 1965.
Estas obras, como la de muchos traductores ecuatorianos, se dejaron de reeditar y fueron olvidadas. Lo mismo sucedió con sus artículos de opinión, cuentos, ensayos y poemas que se publicaron en El Sol, EL COMERCIO y en Letras del Ecuador, varios de ellos reunidos en el libro ‘Música y músicos’ publicado en 1970, por la Casa de la Cultura.
La figura de Alexander comenzó a salir de las nebulosas en octubre del 2001, gracias a una columna de opinión escrita por Cristina Burneo Salazar, docente de la Universidad Andina. Una de las personas que leyó aquella publicación fue Jorge Carcelén, amigo cercano de este traductor, quien tenía parte de su biblioteca y de sus documentos personales.
Las charlas que Burneo tuvo con Carcelén le sirvieron para conocer facetas perdidas de la vida de este intelectual. Gracias a esos encuentros, por ejemplo, descubrió la importancia que había tenido en su vida la lectura de la Biblia. “Jorge me contó que la leían juntos y que a la par hacían estudios de música. Creo que hay que destacar que Alexander era un intelectual y políglota de espectro muy amplio, algo que no pasa en la actualidad, porque los intelectuales se especializan en dos o tres cosas”.
Otro de los datos que Burneo descubrió fue que Alfredo Gangotena, quien había leído la traducción al francés de ‘Hojas de hierba’, fue la persona que lo impulsó a trabajar en la traducción al español de la obra de Whitman. “Una de las cosas que se pueden ver a través de este libro es el diálogo que hay entre el panteísmo de Whitman y la visión religiosa y espiritual de Alexander”.
A más de sus traducciones, Burneo sostiene que siempre se ha sentido atraída por las columnas musicales de Alexander, que comenzaron a aparecer en 1935. Textos con los que también se enganchó el artista cuencano Fabián Patinho.
En Notas sobre Música, el nombre de su columna, Alexander dio cuenta de la pasión que sentía por este arte, un mundo que lo llevó a vivir en Nueva York durante la década de los 40, donde visitó escenarios como el famoso Carnegie Hall, para sumergirse en conciertos de música clásica.
La crítica musical de Alexander, como lo cuenta en el prefacio, de ‘Música y Músicos’ está influenciada por el legado de cronistas como Bernard Shaw y Ernest Newman y de músicos como Robert Schumann, Hector Berlioz y Claude Debussy.
Las crónicas de Alexander tienen el mérito de estar escritas para personas apasionadas por la música pero que no necesariamente son expertos o eruditos en el tema. Habla de compositores como Arnold Schoenberg, Sergey Prokófiev Béla Bartók o Richard Strauss con la misma facilidad con la escribe sobre artistas ecuatorianos como Gerardo Guevara, Isabel Rosales de Zaldumbide o José Ignacio Canelos.
Para Patinho, su escritura da cuenta de un cronista bien documentado, que sabe manejar el idioma y que tiene un buen gusto musical. Un gusto que lo llevó a fundar la Sociedad Filarmónica de Quito y ser miembro del Directorio de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador.
Su afición por la obra de Alexander lo impulsó a convertirlo en uno de los personajes de ‘El ejército de los tiburones martillo’, la novela gráfica que publicó hace unos meses con la editorial El Fakir, un libro que, sin duda, servirá para que nuevos lectores recuerden a una serie de figuras olvidadas del arte ecuatoriano.
En la primera parte de esta novela, ambientada en los años cuarenta, Alexander arma equipo con los ecuatorianos Germania Paz y Miño, Gonzalo Escudero y la cubana Carmen Villalama para rescatar el mural que pintó Camilo Egas, con ayuda de Bolívar Mena Franco y Eduardo Kingman, y que se exhibió en el pabellón de Ecuador, en la Feria Mundial de Nueva York de 1939.
A la edición de ‘Hojas de hierba’ que se publicó en el 2006, por la editorial española Visor, se suma la reedición de la Casa de la Cultura publicada en el 2017, que cuenta con un extenso prólogo escrito por Burneo, que incluye la traducción al español de ‘A cosmic fantasy’ (Fantasía cósmica), un poema escrito a máquina por Alexander, que encontró en el sobre con documentos que Jorge Carcelén le heredó antes de su muerte.
En los versos de este poema se puede esbozar el perfil de Alexander, un ser preocupado por cultivar el intelecto y el espíritu: “Escucharé sinfonías, miraré estatuas/y pinturas, leeré poesía y filosofía:/escucharé, miraré y leeré aquellas cosas/espléndidas engendradas por el hombre pobre, despreciable/así como las perlas son engendradas por los miserables moluscos”.
Las reediciones en español de ‘Hojas de hierba’, y la publicación de ‘El ejército de los tiburones martillo’ también son un oportunidad para que las nuevas generaciones conecten con obras y autores olvidados y un buen síntoma del interés, escaso aún, que hay desde la literatura y la academia, por recuperar el legado de artistas, escritores e intelectuales que no forman parte del canon, o que no han tenido la suerte de ser apadrinados por una institución cultural.