Los antiguos egipcios rompían las narices de las estatuas por motivos políticos y religiosos

Imagen referencial: Una estatua egipcia con la nariz rota en exhibición en el Museo del Louvre de París. Pixabay

Imagen referencial: Una estatua egipcia con la nariz rota en exhibición en el Museo del Louvre de París. Pixabay

Imagen referencial: Una estatua egipcia con la nariz rota en exhibición en el Museo del Louvre de París. Pixabay

Durante varias décadas ha sido un misterio sin resolver entre expertos y entusiastas del Antiguo Egipto que muchas de sus estatuas tengan las narices rotas. A primera vista, parece normal: el paso de miles de años hace inevitable que cualquier monumento o artefacto se desgaste. Sin embargo ¿cómo se explica que obras de relieve en dos dimensiones a menudo muestren el mismo daño?

El asunto había dado luz a suposiciones, incluyendo una amarga que se sigue repitiendo, a pesar de que ha sido refutada: que fue un intento de los colonialistas europeos de borrar las raíces africanas de los egipcios antiguos.

Los expertos, al contrario, aseguran que esta teoría carece de fundamento, entre otras razones porque las narices no son la única evidencia física de esos orígenes. Y concuerdan en que, a pesar de los muchos horrores del imperialismo, éste no es uno de ellos.

Según un reportaje de la BBC, la respuesta con más credibilidad en este momento se resume en una palabra: iconoclasia, del griego Eikonoklasmos, que significa 'ruptura de imágenes'.

En este caso, el término se usa de una manera más amplia para nombrar la creencia social en la importancia de la destrucción de iconos y otras imágenes o monumentos, con frecuencia por motivos religiosos o políticos. Y cobra mucho sentido cuando se tiene en cuenta que para los antiguos egipcios las estatuas eran el punto de contacto entre los seres divinos y los terrenales.

Los antiguos egipcios creían que las imágenes podían albergar un poder sobrenatural, como explica Edward Bleiberg, el curador principal de arte egipcio, clásico y del Antiguo Medio Oriente del Museo de Brooklyn.
Bleiberg, quien exploró el tema movido por el hecho de que la consulta más común de los visitantes al museo era '¿por qué están rotas las narices?', explica que las palabras para 'escultura' y 'escultor' enfatizan que las imágenes están vivas.

La palabra para 'escultura' significa literalmente 'algo creado para vivir', mientras que un escultor es 'alguien que le da vida'.

Los objetos que representaban la forma humana, en piedra, metal, madera, arcilla o incluso cera, podían ser ocupados por un dios o un humano que había fallecido y se había convertido en un ser divino, y así podían actuar en el mundo material.

Así lo cuenta de Hathor, la diosa del amor y la fertilidad, una inscripción de las paredes del templo de Dendera, probablemente construido por el faraón Pepy I (2310 a 2260 a.C.): (…) baja volando del cielo para entrar en el Horizonte de su Alma [es decir, su templo] en la Tierra, vuela hacia su cuerpo, se une con su forma.

En ese caso, la diosa impregna una figura tridimensional, pero en el mismo templo se habla de cómo Osiris —uno de los dioses más importantes de Antiguo Egipto— se funde con una representación en relieve de sí mismo.

Una vez ocupadas, las imágenes tenían poderes que podían activarse a través de rituales. Y también podían desactivarse mediante un daño deliberado.

Las razones eran muchas, desde la furia y resentimiento contra enemigos a quienes se quería herir en este mundo y el próximo, hasta el terror a la venganza del difunto que sentían los ladrones de tumbas, así como las ganas de reescribir la historia o los sueños de cambiar toda la cultura. Su arma fue la destrucción de imágenes.

La revolución de Akenatón, el faraón esposo de Nefertiti eliminó 2 000 deidades de Egipto y declaró al Sol como único dios. Pero hay que recordar que no eran sólo los dioses quienes podían habitar las imágenes, sino también los humanos que habían fallecido.

La destrucción de representaciones de deidades o humanos era tan común que, como documentó el egiptólogo Robert K. Ritner, suponía una preocupación constante en el Antiguo Egipto. Los ataques contra las tumbas eran igualmente graves y temidos.

Las mutilaciones tenían entonces la intención de coartar poder y eso podía lograrse de diferentes maneras. Si querías impedir que los humanos representados hicieran las tan necesarias ofrendas a los dioses, podías quitarles el brazo que comúnmente se utilizaba para tal tarea: el izquierdo.
Si se prefería que el dios no los escuchara, le quitaban a la deidad sus orejas.
Si la intención era acabar con todas las posibilidades de comunicación, separar la cabeza del cuerpo era una buena opción.

Pero quizás el método más efectivo y expedito para hacer realidad los deseos era quitarles la nariz. "La nariz era la fuente del aliento, el aliento de la vida; la forma más fácil de matar al espíritu interior es asfixiarlo quitándole la nariz", explica Bleiberg.

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