Simón Espinosa Cordero es uno de los referentes morales del país. De profundos ingenio, ironía y apertura, con él se puede hablar de un amplio abanico de temas, como la lectura, su experiencia como tuitero, sobre sus ocupaciones y, sin duda, su pasado jesuita…
¿Por qué será que siempre con usted se toca el tema religioso?
Yo creo que es porque son temas trascendentales de espiritualidad, de sentido de la vida. Y ahora el mundo, por lo menos en apariencia, es más ligero. Hay más formas de divertirse, hay mucho escepticismo, mucho ateísmo, mucho agnosticismo. En el fondo sí quedan vacíos. Antes, eso se llenaba con la entrega al prójimo mediante el servicio a Dios. Pero ahora, por ejemplo, los médicos en la pandemia, que se han de sentir cansados, agotados, por dentro han de estar gozosos de haber salvado tantas vidas y haber tenido un servicio especial al prójimo. Ahora soy medio agnóstico, pero claro, con la vejez uno vuelve a ciertas oraciones.
Usted cita a menudo a los clásicos españoles en sus columnas…
Yo he sido profesor de literatura española. Y por potra parte, mi familia tuvo una buena tradición de lectura de libros españoles y me ha gustado mucho la poesía. Obviamente, no es lo mismo leer a Shakespeare en castellano que en inglés; entonces, un poco es por la pertenencia de la lengua.
¿Qué leía de niño?
Los cuentos de Hans Christian Andersen. Había una colección de Callejas, con cien cuentitos con alguna ilustración, sumamente simpáticos, como ‘La casa de tócame Roque’. Además, eran baratos. Y en una Navidad, cuando tenía 11 años, me regalaron Julio Verne y me quedé con él. A los 12 años, me levantaba a las 5 de la mañana para ser acólito en la misa. Me pagaban cinco sucres al mes. Le daba dos a mi madre y con los tres podía comprar libros de la colección Sopena. ‘Humillados y ofendidos’, de Dostoievski, o los ‘Episodios Nacionales’, de Benito Pérez Galdós. Leí unos 15 episodios nacionales; no todo.
¿Hay el derecho de tirar un libro si no gusta o ya aburre?
Sí. El tiempo de uno es precioso. Si el libro no vale la pena, hay que dejarlo. Yo sí hago eso.
Pronto a cumplir los 93 años, usted hace un montón de cosas cuando muchos, en cambio, cuentan los días para jubilarse…
Pero no hago tanto: escribo el artículo de EL COMERCIO; participo de la Comisión Anticorrupción y en la Corporación Editora Nacional. Yo soy como vaca de ordeño, en el sentido de que nunca he cobrado, salvo alguna gente que me ha pagado. Nunca he cobrado por un prólogo o una presentación de un libro. Entonces, abusan de mí. He escrito tanto prólogo y he presentado tanto libro. Si no pido, no hay la sensibilidad de pagar, claro.
¿Ha dicho que no, porque el libro era demasiado malo?
Alguna vez, sí. Pero no tanto.
¿No tanto porque los libros valían o por misericordia?
Y eso es lo que destaca mi mujer. Aunque no me puedo comparar con él, Hernán Rodríguez Castelo cobraba todo. Y eso me parece muy bien.
¿Por qué no cobra?
Tal vez tengo la desgracia de ser hijo de mi padre. Él debió ser cura. Era un abogado cuencano, notario. Y se dedicaba a los demás. Cuando atendía personalmente en la cárcel, llevaba al cura, ayudaba a los presos como abogado, les daba catecismo. Un 18 de julio de 1933, durante un brote de fiebre exantemática, tuvo que hacer el testamento de un preso. Y mi papá fue, le hizo el testamento y como era casi cura, le ayudó a bien morir. El 25 de julio fallecía mi padre. Cuando crecí, la gente me hablaba con reverencia de él. ¿Por eso me habré hecho cura, no? Por allí, creo que me viene esta cierta misericordia.
¿Cómo le ha ido como tuitero?
Me ha ido relativamente bien, porque tengo unos 40 000 seguidores, pero nunca leo lo que contestan porque (baja la voz como si fuera a decir un secreto) la sabiduría me aconseja no leer los comentarios. ¿Para qué me voy amargar, no? A veces algunos amigos me cuentan, por ejemplo, cuando una vez defendí a la asambleísta Ana Galarza. Dije que si ella era culpable me cambiaría de sexo. Y me han dicho horrores. Me reafirmé en que no debo leer las respuestas. No soy, en ese sentido, muy generoso. Cuando llegan al yo profundo se acaba la misericordia (se ríe).
¿Qué piensa Simón Espinosa de Simón Espinosa?
Diría que es un hombre con defectos fundamentales y el principal defecto mío es la ingratitud. He recibido en mi vida favores importantes, pero me olvido y no agradezco. Es de esas cosas que cambiaría si volviera a nacer. Pero no puedo cambiar.
Pero virtudes sí debe tener…
Considero que he sido un hombre con suerte. Cuando murió mi padre (tenía 4 años), pasamos por la pobreza. Un canónigo me apoyó en la educación. Luego, a lo mejor sin racionalizar, me metí a la Compañía de Jesús y pasé de una vida austera a una segura con los jesuitas. Y ese es un remordimiento que tengo, no por haberme salido sino por haber tenido todo, porque ahí no te piden ni medio. Te visten, te educan, te mandan al exterior a estudiar. Y luego uno deja la Orden. Entonces yo me pregunto, ¿qué he hecho por la Compañía de Jesús? Los tres años de prueba de profesor en el Colegio Loyola y los 12 años en que fui director espiritual de los estudiantes filósofos. Y cuando salí, a los 44 años, fue la única vez que busqué trabajo. Después siempre me llamaron para hacer algo. Mi vida ha sido afortunada.
Una vida de un hombre afortunado en un país…
Le veo al país como una paradoja, porque por un lado pienso en estos grandes hombres que no reconocemos desde la Colonia, como Juan Bautista Aguirre, Juan de Velasco, Eugenio Espejo. Ha habido buenos presidentes, no solamente los clásicos. Además, este es un país tan maravilloso geográficamente, donde hay una injusticia social tremenda porque es un país rico, sobre todo en la Costa; ha habido una explotación cruel con los indígenas. Y cuando nos independizamos, no se pudo o no se quiso dar un paso adelante. Pero también ha sido un país adelantado, que separó Iglesia y Estado, tuvo educación laica y se estableció el divorcio mucho antes que grandes países de América Latina. Y, sin embargo, sí da miedo este momento en que el país está destrozado y hay una mafia terrible.
Trayectoria
Fue sacerdote jesuita, profesor de Gramática en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador. Es miembro de la Academia Ecuatoriana de Lengua, Presidente de la Corporación Editora Nacional, miembro de la Comisión Anticorrupción. Su último libro, ‘Vine, vi, linché’ (2014) es una antología de sus columnas periodísticas.