A los 44 años Ernesto Carrión cuenta con una obra de 25 libros entre poesía y novela, y 15 reconocimientos nacionales e internacionales. El sello Cadáver Exquisito reeditó ‘Un hombre futuro’ (2016), novela de autoficción que marcó la transición del autor guayaquileño de poeta a narrador y sirve de puntal para iniciar este diálogo.
¿‘Un hombre futuro’ tiene algo que ver con la Canción del elegido de Silvio Rodríguez, donde un ser revolucionario va “matando canallas” con un cañón de futuro?
Tiene que ver con esta idea de hombre futuro del Che Guevara. La novela la escribí en 2015, mi padre muere asesinado en 2014 de una forma espantosa. Escribí un poemario para superar esa muerte, ‘Revoluciones cubanas en Marte’, pero no me ayudó la poesía. Y escribí ‘Un hombre futuro’ como un libro de autoficción.
¿La autoficción fue un puente para abordar el género narrativo?
El autor y el personaje principal son la misma persona, pero el libro tiene un porcentaje mínimo de ficción. Y es uno de mis libros más íntimos. No quise contar la historia del asesinato de mi padre sino mi historia con él, de cuando nos hicimos amigos, luego de que yo lo busqué a los 18 años. ‘Un hombre futuro’ se escribe en alrededor de dos meses y allí está el germen de muchas novelas futuras. Me permitió asentarme como narrador.
Usted ha dicho que la autodestrucción marcó el espíritu ideológico de las décadas de los sesenta y setenta. ¿Por qué lo cree así?
Creo que el problema que hubo con la generación de mi padre, por ejemplo, fue precisamente que tuvo el sueño de hacer una revolución. Esa generación que creó guerrillas, partidos políticos y huelgas, que tenía con todo su derecho el deseo de cambiar, se va a ver frenada por las dictaduras y otras muchas circunstancias. En un momento esa generación se va a convertir en una generación bohemia, revolucionaria de cantina, una generación incluso deprimida: esos son en cierta medida nuestros padres.
Un coctel para la desdicha…
Cuando salí con los amigos de mi padre, algunos eran exguerrilleros de Alfaro Vive, siempre estaba ese dolor, esa insatisfacción, en un país que seguía avanzando hacia otro lugar. Los que nacimos en los 70 somos en gran medida los hijos de aquellos quienes vivieron el amor libre de los hippies, vivieron Cuba como un horizonte, pero luego se convirtieron en una generación frustrada. Tuvieron que meterse en el molde que la sociedad les impuso. Ya no pudieron representar el sueño que tuvieron, es muy extraño y trágico tener un sueño y terminar convirtiéndote en lo opuesto.
El escritor argentino Andrés Neuman decía que a los autores ecuatorianos no les quedaba más que ser cosmopolitas. ¿Usted ha ido en contra de ese postulado?
De hecho me parece que uno de los errores de cierta literatura ecuatoriana es precisamente perseguir esa idea de una novela cosmopolita, usando el recurso del personaje europeo que llega a Ecuador o las historias que se desarrollan en otros lugares, un poco intentando borrar la identidad y el color local. Eso ha dejado unas novelas vacías, un poco sin espíritu, unos personajes poco memorables incluso. Es algo un tanto artificial, que se hace a menudo con la idea de que la novela va a ser mejor recibida en el exterior, cuando no necesariamente es así.
También es cierto que algunos de los mejores cuentos ecuatorianos suceden fuera del país…
Claro, los cuentos de Leonardo Valencia o Gabriela Alemán, que son buenísimos. No es que sea un camino equivocado. Hay una discusión antigua sobre si lo universal es escribir desde afuera o dotar de universalidad a lo local. Me parece que las historias van adquiriendo su propia velocidad y forma, en mi caso la mayoría ocurren aquí en Guayaquil. Todo es válido, lo que me molestaría es la idea de ponerme en un molde e imponerme unas reglas con anterioridad. Tampoco me gusta la idea de tener un estilo literario o la pretensión de aportar al idioma. La escritura mientras más salvaje y libre, mejor.
Sin desterritorializar su obra, ¿encontró la forma de reformular la vieja obsesión por la identidad?
La obsesión por la identidad y por el acto de crear atraviesa todos mis libros. Es un desdoblamiento. En las novelas recupero fragmentos de identidad de una manera alterada, como un espejo derretido en el que entran momentos de mi vida, cosas que escuché o que vi, que están allí como parchadas. La novela como género híbrido me ha permitido liberarme y divertirme un poco más, disfrazar cosas, más que sufrir.
¿Sufrir como en la poesía, dice?
Es muy raro para un poeta hacer ficción, cuesta mucho. En la ficción imaginas personajes, momentos, una trama, una subtrama, manejas una tensión dramática… La cabeza del poeta es la de alguien que vive el problema a flor de piel, de una forma muy fuerte y muy dura (…) Ya no soy poeta joven, y por eso ya no escribo poesía.
¿Es un género que tiene que ver más con la juventud?
La mejor poesía es la de la juventud, y siempre voy a defender eso, porque tiene atrevimiento, osadía, coraje, brío. Ese poeta cuando ya es viejo hace cosas más contemplativas, más reflexivas. Es verdad que hay grandes poemarios de gente vieja, no digo que no, pero cuando veo hacia atrás los poemas de juventud de esa misma gente son brutales. Por ejemplo Panero, con una poesía incendiaria, como la de El canto del llanero solitario.
¿Esa descripción de un poeta que escribe novela, luego de siete libros de narrativa, no es precisa?
La poesía tiene esa capacidad de obligarte a escribir, la narrativa te impones escribirla, por decirlo así. Te pones un horario, porque hay que ser muy disciplinado. En cambio la poesía es espontánea y te aborda, te inunda, te ahoga, te obliga a escribir. Pienso que ahora escribo mala poesía. Cuando veo esos poemarios del pasado, libros como ‘Fundación de la niebla’ o ‘Novela de Dios’, ni siquiera sé quién los escribió. Ya no soy yo. Había cierto riesgo en esa persona. Y busco mantener el riesgo porque no me gusta la novela acartonada. Yo prefiero una novela con fallas, pero que sea una historia atrapante y que conmueva. Prefiero novelas que te golpean y que, de alguna forma, te hagan pensar de otra forma. Novelas que te motivan a replantearte cosas.
Trayectoria
En 2002 publicó su primer poemario, ‘El libro de la desobediencia’, y ese mismo año ganó el premio Nacional César Dávila Andrade, con ‘Carni vale’. Su novela ‘Incendiamos las yeguas en la madrugada’ obtuvo en 2017 el premio Casa de las Américas, el mismo año que ‘El día en que me faltes’ obtuvo el Premio Lipp de novela. ‘El vuelo de la tortuga’ se alzó en 2019 con el Premio Miguel Donoso de novela corta.