Sociólogos e historiadores de todo cuño se han esforzado por descifrar las causas y los efectos de su aparición y desarrollo. Lo cierto es que existen momentos cuando el arte, el deporte y otras manifestaciones humanas explotan y florecen como esos campos, yermos por años, que se llenan de verdor y vida cuando las condiciones se vuelven idóneas.
Eso mismo es lo que sucede en Colombia desde hace más o menos dos decenios con la literatura hecha expresamente por mujeres. La irrupción de varias y talentosas autoras en el ensayo, la poesía o la novela ha sido como una refrescante brisa que llegó a rejuvenecer la cansada y hasta agotada creación literaria en el terruño del ‘Gabo’.
Carolina Sanín, Laura Restrepo, Margarita García Robayo, Sara Jaramillo Klinkert, Andrea Mejía, Juliana Delgado, Melba Escobar y Marvel Moreno son algunas referentes de esa explosión literaria.
Piedad Bonnett pertenece por derecho y méritos a esa floreciente generación. Es más, es una de las pioneras pues su quehacer cultural ya tiene unos buenos 40 años de vigencia, por lo menos.
Esta antioqueña de 71 años se ha labrado un nombre y un prestigio sólidos, reconocidos con la publicación de siete novelas y ocho libros de poesía, varios de ellos galardonados con premios como el Casa América de Poesía Americana, por ‘Explicaciones no pedidas’.
‘Qué hacer con estos pedazos’ es su última creación. Esta novela de apenas 166 páginas es un registro descarnado e hiperrealista que muestra que todo en la vida -hasta los eventos más pueriles e intrascendentes- tienen la capacidad de causar heridas, traumas y rompimientos que, al final, complican la existencia de quienes los protagonizan.
Como registra en el texto, hasta los entierros pueden tener otras connotaciones pues “obligan a cancelar una cita médica, una reunión de trabajo o un almuerzo que nos ilusiona”…
Según la visión de Bonnett, al final las penas, desdichas e incomprensiones están alineadas, en estricta fila india, en la caja de Pandora, esperando con paciencia el instante de cumplir con su trabajo.
El leitmotiv es una común y corriente remodelación de la cocina familiar, decidida sin consenso por el esposo de Emilia (la protagonista), un hombre pardo y borroso a quien la cotidianidad insulsa y sin condumio se le ha acomodado como una pantufla. Y no piensa salir de esa zona de ‘confort’.
En Emilia, en cambio, esa simple remodelación acaba por desestabilizar sus cimientos conceptuales y esos lazos familiares que, descubre paulatinamente, son como grilletes que le atan al día a día y no le permiten alcanzar esas metas que le sugieren su profesión (periodista) y su espíritu, en tiempos pasados libre y no atado por la monotonía hogareña, el deber filial con su hija y el amargo recuerdo del hijo, quien murió cuando apenas estaba aprendiendo a salir del nido.
Toda esa trama es contada con profundidad y concisión. Con un lenguaje tan claro como el agua de un riachuelo andino pero, asimismo, tan contundente como un golpe de un martillo en el yunque. Claro, la génesis poética de Piedad aparece espontánea en varios pasajes y pone un poco de linimento a las desdichas de los protagonistas.
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