En 1982, cuando la Academia Sueca anunciaba que el colombiano Gabriel García Márquez ganó el Nobel de Literatura, seguramente hubo una parranda entre los lectores latinoamericanos. Gabriel García Márquez es de esos escritores a los que irremediablemente se quiere. Es imposible no hacerlo luego de leer ‘Cien años de soledad’, aunque se sabe de muchos que detestaron la novela.
Fue el premio a una generación de escritores de esta parte del mundo que irrumpió con el ya conocido ‘boom’. Cuando le preguntaron al mexicano Carlos Fuentes si esperaba que algún día se lo dieran a él, reconoció que ya con el que recibió su amigo colombiano, se lo habían dado a todos los de este grupo. Sin embargo, 28 años después fue otorgado a otro de sus miembros insignes, el peruano Mario Vargas Llosa, quien, además, aparece como antípoda de García Márquez en lo personal, lo político y lo estético.
No se puede definir al ‘boom’ como una tendencia. Los modos de narrar y las experiencias lectoras son distintas ante Julio Cortázar, el mismo Fuentes, José Donoso, García Márquez y otros. Para muchos fue más fruto de una maquinaria editorial que permitió que el mundo se interesara en estos autores y las traducciones se multiplicaban. Esta idea le indignaba a Cortázar. Decía que cuando comenzaron a escribir y a publicar, lo hicieron en soledad, con tiradas exiguas, algo que no ha cambiado hasta la actualidad para los nuevos -y hasta los reconocidos- escritores.
Los autores de generaciones anteriores -dijo García Márquez- pensaban que para ser reconocidos en el exterior debían ser traducidos. Ocurrió que con ellos comenzaron a leerlos masivamente en América Latina. Y eso despertó la curiosidad de los editores de EE.UU. y Europa, los lugares en donde se establecía -se establece- esa tabla de posiciones a la que muchos llaman canon.
Hasta antes de salir a circulación ‘Cien años de soledad’, el 5 de julio de 1967, los libros de Gabriel García Márquez se publicaban en tiradas no mayores de 2 000 ejemplares. Editorial Sudamericana, en Buenos Aires, decidió que la primera edición fuera de 5 000. Se agotó en un mes. Luego salieron más y más. Se vendían como “salchichas calientes”, decía García Márquez.
Esta es su obra cumbre y la razón por la que le dieron el Nobel. Pero para García Márquez, ‘El coronel no tiene quién le escriba’ (1961) es su obra maestra y algunos creen que es el motivo por el cual lo galardonaron. Pero los mal pensados creen que fue por ‘Crónica de una muerte anunciada’ (1981), un título que toda persona habrá parafraseado al menos una vez en su vida, ante cualquier situación (crónica de una ruptura anunciada, por ejemplo). La primera edición fue de 1 050 000 ejemplares, una campanada que despertó a los de la Academia Sueca. ¿Quién, más aún en América Latina, puede lanzar tantos volúmenes? Años más tarde, al cumplirse el quincuagésimo aniversario de su aparición en Buenos Aires, la Real Academia de la Lengua publicó una edición conmemorativa de ‘Cien años de soledad’ con un millón de ejemplares.
Con un conocimiento de la técnica narrativa y con inicios extraordinarios y finales inmortales, fue el inventor del realismo mágico, expresión que se ha usado hasta el agobio para definir cualquier absurdo en esta parte del mundo, fruto más de la torpeza que de lo extraordinario.
García Márquez decía que escribía para ser querido. Y quizá la muestra de que así ha sido es que muchos lo nombran ‘Gabo’, como si se tratara de un viejo conocido. Y es que hay escritores que se vuelven amigos, aunque ellos lo ignoren.
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