En el taller de Metálicas Universal se maneja un lema cuando se hace todo tipo de trabajo metálico: dejar huella para no morir en el anonimato. Así se maneja Leonardo Torres, propietario del taller, donde el hierro toma todas las formas imaginables.
Se ubica desde hace seis años en la calle 10 de Agosto, en Joya de los Sachas (Orellana). “Mi mayor anhelo e ilusión es hacer un monumento para la ciudad. Eso es lo que hace un artista”, detalla Torres.
Tuvo una vida peregrina desde los 12 años. A esa edad llegó de Santo Domingo de los Tsáchilas a Joya de los Sachas. Estudió en el Colegio Técnico 12 de Febrero, donde su pasión por la creación en el metal dio sus pininos.
Le gustó tanto la metalmecánica que, después de clases, se quedaba con sus profesores para hacer ‘cachuelos’ (chauchas). Aún recuerda la ocasión que debió hacer un portagás y casi se queda ciego. “Cuando soldaba con el arco voltaico no usaba protección para no perder de vista”.
Fue en la secundaria donde los raspones y cortaduras se impregnaron en sus manos.
Cinco años después se radicó, junto con su hermana mayor, en Tulcán. Su maestro en la ciudad norteña fue un colombiano. Su nombre era Juan Pablo Montoya, como el corredor de Fórmula 1. “Tenía la habilidad de enseñarte de tal manera, que te gustaba lo que estabas aprendiendo”.
Torres recuerda a su maestro con cariño. En su memoria no solo quedó la singular barba del colombiano, sino también su habilidad para moldear las duras formas del metal. Con un electrodo, tres pinzas y electricidad hacía maravillas.
Alrededor de seis años le tomó aprender el oficio. “Pero esta es una profesión en donde siempre se aprende algo para mejorar”.
En el taller, donde abundan puertas metálicas, está la oficina de Torres. Ese es el laboratorio de ideas, las cuales se plasman primero en el papel. Ya sea a mano alzada o ayudado por una regla, Torres dibuja diversas formas con un lápiz o un bolígrafo.
Incluso en su computadora guarda fotografías de él dibujando una puerta en el piso. Con ese molde y las medidas, comienzan los trabajos de calentar el hierro. “Ahora la ventaja que tenemos es que los adornos pequeños podemos comprarlos”, dice Torres.
Cuando este joven de 32 años aprendió el oficio, la tecnología se limitaba al cincel. A ello se sumaba la habilidad para manejarlo. De esa combinación salían flores, pequeños racimos de uvas, ramas y hojas.
Para el forjado precisa de una fragua, un combo y su habilidad para dar varias formas a la varilla de hierro, la misma que se calienta por encima de los 1 000 grados centígrados.