Los tsáchilas conservan recipientes sostenidos con cabuya para acopiar alimentos. Foto: Bolívar Velasco/EL COMERCIO
Las invenciones de los chamanes tsáchilas van desde los antiguos instrumentos de medida hasta los animales que ellos imaginan cuando entran en el trance de la cosmovisión.
Agustín Calazacón, un experto sabio de las tradiciones de la etnia, es uno de los pocos nativos que aún mantiene la costumbre de fabricar objetos con los cuales subsistieron antiguamente.
Por ejemplo, la balanza artesanal conformada por un madero de la especie chiparo, una canasta hecha en paja toquilla por un lado, el caparazón de un caracol disecado, por otro.
Con este instrumento, los ancestros pesaban las semillas de achiote o cacao que vendían a los forasteros que llegaban a sus comunas, en Santo Domingo de los Tsáchilas.
Calazacón también ideó un objeto que tiene la forma del cuerpo de una mujer. Para ello se basó en una vieja leyenda que recoge el episodio de una bella dama que se convirtió en piedra luego de un hechizo de un chamán.
Esa figura trata de recrear en las nuevas generaciones cómo las mujeres del antepasado tsáchila se negaban a ceder la mano a un nativo que la pedía para convivir en pareja.
Las culebras también surgen de esas representaciones imaginarias. En las tradiciones tsáchilas, este animal está reflejado en las faldas que utilizan los hombres para cubrirse desde la cintura hacia abajo.