Hace algún tiempo relaté en esta columna una anécdota ocurrida hace ya bastantes años cuando en una campaña presidencial estuve muy cerca de un candidato y le sugerí que, dada la realidad económica por la que atravesaba el país, era hora de decirle a la ciudadanía que habría un período inicial de ajuste con los consecuentes sacrificios, para, puesta la casa en orden, iniciar un robusto crecimiento económico. “De ninguna manera”, me respondió; con tu sugerencia pierdo las elecciones. Los ajustes los comunicaré desde el poder.
Mutatis mutandi, esto le ocurre al presidente Lasso. Para ganar las elecciones pasadas, le sugirieron prometer que en el período de su gobierno elevará el Salario Básico Unificado, SBU, a 500 dólares mensuales. Con una oferta tan precisa, en diciembre de 2021 aumentó en 25 dólares el SBU y acaba de anunciar un alza igual aplicable desde enero de 2023. Inclusive expidió un innecesario decreto ejecutivo. Y más vale tener presente que en igual cantidad se ajustará en los siguientes próximos dos años. No importa que se provoque una subida general de precios, ni que apriete peligrosamente a ciertos sectores como la artesanía y la pequeña empresa, o intensivos en mano de obra, como las flores y el brócoli y otros productos agrícolas; que sea, junto con la valoración del dólar, un nuevo obstáculo ´para las exportaciones; y que, finalmente, frene la creación de nuevos puestos de trabajo e inclusive provoque despidos. Como en febrero afrontará una consulta que será una prueba de aceptación o rechazo al gobierno más que una decisión sobre el fondo, y con un muy bajo nivel de credibilidad, tendrá que hacer los incrementos adicionales para sobrevivir los 2 años y medio de gobierno que le restan.
Son el costo del populismo latinoamericano, las angustias de las democracias inmaduras, visiones de corto plazo, enfoques cortoplacistas y retos electorales.