Sin duda. De la mala calidad intelectual, de la pobre preparación, del apego a intereses bastardos, de la amoralidad, de la incapacidad para el manejo de la cosa pública, de los acuciantes problemas económicos, sociales y ciudadanos que afectan a la comunidad. Hay excepciones, pero son pocos los políticos que escapan a la mediocridad de la enorme mayoría.
Pero a la par que los políticos, la culpa corresponde a los que los eligen. Son ellos quienes con su voto han designado a dirigentes incapaces y deshonestos. Han votado a personas descalificadas y a quienes han defraudado a los intereses de la mayoría. Han creado desde el poder estructuras para apropiarse de recursos del Estado, han permitido el deterioro de servicios básicos, han sido pésimos administradores, legisladores incapaces, corruptos y entregados a intereses mezquinos. Concejales que se han convertido en parte de la administración, dejando de lado su papel de fiscalizadores y legisladores. Alcaldes que han fracasado en el manejo de las ciudades, que caminan por las calles atados a un grillete, cuyos familiares se han enriquecido aprovechando sus vínculos con el burgomaestre. Prefectos que han ayudado a manifestaciones que han destruido ciudades y encerrado a sus habitantes por largos días, debido a los actos vandálicos, que han decretado impuestos a título de mejorar las vías secundarias, cuando lo que cabía era el peaje a los usuarios. En fin, la mayoría de electores han persistido en dar su voto a quienes han demostrado venalidad e incapacidad.
Solamente será posible superar esta realidad lacerante cuando las familias y educadores creen en los niños y jóvenes el apego a la moral, el sentido de patria y de servicio público y el rechazo a populistas y creadores de falsas ilusiones que aparecen como salvadores y taumaturgos, capaces de resolver los problemas sin esfuerzo y trabajo persistentes.