Hace sesenta años era común escuchar que en la Unión Soviética los niños eran arrancados de sus familias para ser educados por el estado. No era cierto. La propaganda anti-soviética, inepta por definición, ni siquiera había podido elaborar mentiras creíbles para desprestigiar al adversario. Eran los años de la guerra fría y nos sentíamos bombardeados por un lado y otro con los argumentos más peregrinos que se puede imaginar; pero ese de los niños “arrancados” de los brazos de sus madres se llevaba la palma. No porque fuera verosímil, sino porque apuntaba directamente a las fibras más sensibles del corazón.
Algunos años después creí encontrar lo que tal vez no fue el origen de esa burda propaganda, pero sí podía darle algún sentido. En “Terror y miseria bajo el Tercer Reich”, Bertold Brecht presenta la escena de un sencillo matrimonio alemán que se encuentra a la espera del hijo preadolescente, quien no ha llegado todavía de la escuela. Y entre marido y mujer se desarrolla un diálogo que refleja la forma en que el miedo va creciendo. ¿Será qué el muchacho oyó algo? ¡Pero yo no dije nada! Dijiste que en la calle X. (donde se encuentra el cuartel de las SS) pasan cosas terribles. No, yo no dije eso. Lo que dije es que oí decir que en la calle X….; no, dije que hay enemigos del Reich que están propagando el rumor de que en la calle X….; no, dije que oí a un amigo contar que oyó una propaganda…; no, oí que alguien comentó en el autobús acerca de una fiesta que se celebró en la calle X… Y al fin, se abre la puerta y aparece el muchacho que se ha quedado jugando fútbol con sus compañeros. Claro: de ahí a trasladar el miedo a la URSS no había más que un paso, y otro más para convertir la escena en otra más dramática: en lugar del miedo al propio hijo por una posible delación, los soldados arrancando sin piedad a los niños de los brazos de sus madres.
Lo de Alemania nazi era verdad: allí reinaba el miedo. Lo de la URSS era falso (otros eran los males de su odiosa dictadura). Para sorpresa del mundo, hoy, cuando hemos empezado ya este mítico siglo XXI, lo de la propaganda anti-soviética se ha convertido en verdad, y no en ninguno de los países que ostentan tristemente el emblema de “socialistas” sin serlo, sino en un país de inmigrantes; en un país que ha consagrado su propia imagen como la del “país de la democracia”, “el país de las oportunidades”, “el paraíso de la libertad”.
Y estamos viendo en los noticieros, ahora sí con terror e indignación, miles de niños encerrados en verdaderos campos de concentración, literalmente arrancados de los brazos de sus padres, cuyo único delito ha sido llegar a los Estados Unidos en busca de la imaginaria libertad que allí se ofrece a todos: han huido del hambre o de la violencia, y por eso son castigados con el peor de los castigos aún antes de ser juzgados.
El señor Donald Trump se ha ganado un puesto indiscutible junto a quienes hicieron de la Alemania nazi un lugar de terror y de miseria moral.