¿Alguien se imagina tener un trabajo de por vida, en el que puede quedarse hasta que literalmente ya no lo quiera, porque aún cuando se jubila pueden retornar sin problema; un trabajo donde pueda pedir licencia sin sueldo por varios años e intentar otras cosas, como la academia o posiciones públicas y privadas, y luego regresar a su carrera sin más? ¿Muchos no soñarían con tener una carrera donde vivir en países diversos desde los más atractivos hasta los más exóticos, en las mejores condiciones posibles, sin pagar impuestos, para departir constantemente con reyes, presidentes y primeros ministros? ¿O para promocionarse como candidatos de excepción a cuanta posición en el sistema internacional uno pueda ambicionar? El oficio diplomático es sin duda el mejor oficio del mundo… en cualquier país de este planeta.
En teoría, todos estos beneficios fueron creados para facilitar un trabajo extremadamente delicado: representar al país y sus prioridades nacionales sin fallas ni deslices. En el caso de América Latina, las mejores cancillerías nacieron de guerras como la del Pacífico o la del Chaco. Ecuador iba por ese camino debido a su constante litigio con el Perú. Los servicios diplomáticos de los países debían funcionar como reloj y, ser tan estrictos con sus filas como las Fuerzas Armadas con las suyas. Digo todo esto, porque en dos días se celebra el Día del Diplomático en Ecuador, el mismo día en que la Cancillería anunciará la re-apertura de la Academia Diplomática, después de varios años de crisis y cooptación durante el correísmo. Pero el golpe mayor no fue precisamente la pérdida de la Academia, sino la pérdida de la ética y el sentido de rigurosidad de la profesión. Y hasta ahora no ha habido un proceso de aclarar cuentas y asignar
responsabilidades. ¿Fuenteovejuna? ¿Sólo los cancilleres políticos tuvieron la culpa o los funcionarios que siguieron órdenes indebidas? No hay siquiera procesos administrativos al personal de carrera que violó normas esenciales del oficio como la nacionalización de Assange y su nombramiento. Eso sin contar con los ya incontables puestos políticos impuestos desde Carondelet y desde Najas que desdicen a la profesión misma, todo esto cuando por fin tenemos un canciller de carrera.
Es verdad que se va a eliminar algo del personal que entró por la ventana con el canciller Ricardo Patiño, pero aún está plagada de funcionarios que entraron por política o por favores personales, no por méritos.
La reflexión final es que la defensa del oficio diplomático debe venir desde sus propias filas, no vaya a ser que los ecuatorianos –como ya pasó durante estos años- elijan erosionar un oficio destinado a defender al país, pensando que es sólo una agencia más de generación política de empleo, pago de favores o simplemente de prebendas, las mejores que un ser humano pueda aspirar en este tiempo.