Joseph Beuys (Alemania 1921-1986), uno de los gurús del arte conceptual, llegó a Nueva York en 1974; bajó del avión, dejó su sombrero y su chaqueta, y se arrebujó en un abrigo de fieltro; apoyado en un cayado de pastor bíblico, subió a una ambulancia que lo condujo a la inauguración de la galería que patrocinaba su performance. En una especie de jaula convivió con un coyote salvaje durante siete días.
El artista y el animal, olisqueándose, mascullando voces y aullidos, intercambiando remedos de caricias, fundaron una interacción de convivencia pacífica. La posibilidad de un abrazo fue la rúbrica. La histórica obra de Beuys mundializó su nombre y su arte. ¿Cuál fue la idea que sirvió de matriz para Coyote: me gusta América y a América le gusto yo?: divulgar el genocidio que sufrieron los pueblos originarios de Estados Unidos. Hubo críticos a quienes les faltó palabras para elogiarlo, otros que urdieron enmarañados análisis, no faltó quien la calificara de “escena circense”.
El “último performance”
¿Reconciliación entre el ser humano y la naturaleza? ¿Pregón político antiimperialista? (La micción y otros menesteres del coyote sobre un afamado periódico norteamericano fueron entendidos de esa manera). ¿Creación de un artista excepcional cuyo genio ha marcado generaciones? Beuys, piloteando un bombardero del ejército hitleriano en la Segunda Guerra Mundial, se estrelló en Crimea. Rescatado por nómadas tártaros fue curado con grasas de animales. (Grasa, cera de abejas y fieltro fueron los elementos cardinales de su arte).
Renacido, guardando estoicamente las cicatrices de la guerra y de una vida tumultuosa, este artista multidisciplinario trabajó en variadas técnicas: escultura (predicó la escultura social), happening, video, instalación, performance, dibujo… Artista de sólida formación, maestro –su magisterio fue “la mayor obra de arte de su vida”, sostenía que la educación es una obra artística que puede cambiar el mundo–; activista político y ambientalista, fundador de organizaciones radicales, su instalación 7.000 robles se convirtió en una semilla de arte ecológico que se multiplicó entre sus prosélitos.
Exorcizado de su militancia nacionalsocialista, asumió los aires de los 60 y radicalizó su discurso, promoviendo la liberación del arte y la fundación de movimientos políticos de vanguardia. Si Coyote internacionalizó su nombre, otra fue la performance preferida por un amplio sector de sus críticos. Cómo explicar cuadros a una liebre muerta es la que pondera la mayoría.
La cabeza de Beuys, aureolada con oro y miel, meciendo en sus brazos una liebre muerta, deambuló por una galería, su gélida mirada en el cadáver del animal; se sentó en una silla y dialogó con el animal muerto. Todos los símbolos de esta creación fueron explicados. Confluían en sus postulados teóricos: artes plásticas sociales cuyo fin era la transformación de la conciencia humana, vínculos de concordancia con la energía del cosmos, fusión del ser con la naturaleza, alianza de arte y política…
En el primer capítulo de Black Mirror –feroz inventiva contra el dominio de la tecnología sobre el ser humano– se narra el secuestro de la princesa Susannah. El delincuente no pide oro para liberarla, sino que el primer ministro británico tenga relaciones con un cerdo ante todos los medios televisivos. Carlton Bloom, artista ganador del Premio Turner, es involucrado en el secuestro. El revulsivo acto de zoofilia se convierte en la performance más celebrada de la historia. Bloom, convencido de que nadie podrá superarlo, se suicida, pretendiendo que su autoinmolación supere el acto del político.
¿Ciencia ficción? ¿No estamos viviendo los “bordes” de algo que aún nadie puede decirnos qué, como creen Giorgio Agamben o Pascal Quignard, entre otros? Ustedes tienen la palabra.