He seguido la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos con una familiar sensación de dejá vu. Todo me recordaba a alguien. Empezando por su campaña electoral. ¿Dónde había escuchado denostar a todo aquél que le critica con epítetos ad hominem, insultos a las personas en discusión de ideas? ¿Dónde había escuchado esa permanente muletilla de la prensa de corrupta y mediocre cuando no ensalza sus grandes logros? ¿Cómo explicar la particular atención contra todos sus críticos, dentro o fuera del gobierno? ¿Dónde había visto esa capacidad de llenarse de neófitos y acólitos para después -cuando las sindicaciones y los juicios por corrupción afloran- declarar que “no los conoce” o “nunca los ha visto”?¿Por qué esa obsesión con las palabras “odio” y “odiadores”?
Más allá de las diferencias en ideología y estatus económico, no cabe duda de que las similitudes, estrategias y estilos de estos los gobernantes autoritarios son asombrosas. Hasta las frases son las mismas. Observar de cerca los tres años y medio de Trump es revivir los años de Rafael Correa en el poder. Y esa es la tragedia. No hay elemento que corroa más no sólo a la democracia, sino al sentido de solidaridad de un país que poner unos ciudadanos contra otros, el resentimiento como estrategia de dominación política.
La deshumanización de los otros, no sólo de adversarios políticos, sino también de la prensa, de los académicos, técnicos, policías y militares que se pliegan al credo oficial terminó con las instituciones en el Ecuador, así como está terminando con las instituciones en EE.UU. Una estrategia que se hace mucho más fácil con ciudadanos poco reflexivos que fueron presa fácil y lo siguen siendo de la propaganda que trabaja como termita en las mentes de muchos a través de radio, prensa, televisión y redes sociales. Si acaso la diferencia ideológica consiste en que Rafael Correa estatizó los medios y canales que necesitaba para el afecto. Trump lo está sacando gratis con Fox News y la miríada de canales conservadores. El efecto es el mismo: la política convertida en culto, no en la responsabilidad cívica de ciudadanos críticos con el poder.
Ahora un joven lanza su candidatura con los mismos arrestos, bajo los auspicios del mismo mentor, al que parece haberle dado amnesia de todo lo vivido. Ninguna mención de pasada del candidato sobre los errores cometidos; ningún pedido de disculpas al país por pasados abusos, ni siquiera a los indígenas acusados de terroristas, con los que ahora buscan crear alianzas. Dicen saber cómo recuperar el desarrollo, pero ningún remordimiento por haberse feriado el mayor boom de la historia nacional, mientras al mismo tiempo endeudaron al país sin misericordia, junto con el actual Gobierno. Es posible que EE.UU. termine con este gobierno despótico en noviembre. La pregunta es si Ecuador lo resucitará el próximo febrero o aprenderá la lección histórica.