The Square (La plaza, 2017) es una película sueca, mofa corrosiva de la farsa que son las artes plásticas a partir de Marcel Duchamp, ícono del conceptualismo. El eje del filme es una instalación realizada por el propio director de la película, Ruben Östlund, junto a Kalle Boman, en 2015. La obra: un cuadrado de 4×4 metros, dibujado en la plaza de la ciudad, que simboliza un santuario.
El emblema espiritual: “Este cuadrado es un santuario de confianza y afecto, dentro de sus límites todos tenemos los mismos derechos y obligaciones”. Dos jóvenes diestros en redes realizan un video promocional del filme, en el cual una niña ingresa en el cuadrado milagroso del “mundo ideal”, pero salta por los cielos como si hubiera activado un poderoso artefacto de dinamita en su contra. El video de divulgación se reprodujo sin tregua en Europa y llegó a Estados Unidos y a algunos países de América. Luego de varios sketches encogidos e hilarantes, en los cuales se acentúa el ridículo y el sarcasmo, el director del museo se ve obligado a renunciar.
Östlund trivializa las formas de arte visual contemporáneo, desairándolas hasta el escarnio. Lo que vemos en la sucesión de sketches de su filme: el minimalismo de un estrafalario cuadrado que luce como un espacio de juegos infantiles, ínfulas moralizadoras como soporte, el estallido de pobreza que desmantela y vacía el Estado de bienestar; lúcido texto, en suma, mediante el cual constatamos la porosidad de las artes plásticas de nuestro tiempo, avalada por una legión de críticos esnobistas y timadores.
¿Qué es arte?
Hace poco una banana pegada con cinta adhesiva en una sala de exposiciones de Miami fue subastada por cientos de miles de dólares en sus tres ediciones (hay testimonios de que fueron más de 30). La idea matriz: el plátano simboliza la voracidad comercial de nuestro tiempo, pero también sirve como un instrumento de humor referido al órgano masculino.
Fue el artista multidisciplinario Joseph Beuys quien pregonó que “todo ser humano es un artista”. Pero he aquí que legiones de jovenzuelos, maduros y viejos se tomaron en serio esta proclama y van por el mundo –letrero en pecho– reclamando el título de artistas. Son numerosos los ensayos rigurosos que denotan la fatiga de los públicos que simplemente han dejado de visitar museos, bienales, certámenes, acciones… y prefieren ignorarlos. (¿No está ocurriendo lo mismo en literatura, teatro, cine, como advirtió Susan Sontag?).
Famosa durante 15 minutos de Isabelle Collin Dufresne es una cautivadora reseña de las entrañas de la Factoría, histórica catedral de Andy Warhol, el rey del pop art. Ella reveló que las “latas” de sopa de Warhol se remataban por centenares en importantes sumas de dinero en subastas “reservadas”.
Hay seres que no saben qué hacer con tanto dinero que poseen y fungen de artehólicos, palabreja de nuevo cuño que significa coleccionista compulsivo. (Dictadorzuelos de tres al cuarto que inauguran museos con sus cachivaches: retratos, títulos, diplomas, baratijas obsequiadas en sus giras por el mundo, ¿serán artehólicos?).
Instalaciones, performances, minimalismos y otras corrientes de los 60 del siglo XX siguen en boga, distorsionadas, retorcidas, vaciadas, apoderadas de museos, bienales, certámenes, galerías… La artista Hito Steveri, citada por Castro Flórez, exclama: “El arte contemporáneo es una especie de capa que actúa como si no hubiera pasado nada, mientras la gente se tambalea ante los efectos de políticas de choque, campañas de ‘dominio rápido’, realities, cortes de energía… gifs de gatos o gases lacrimógenos, los cuales están desmantelando el aparato sensorial por completo. También las facultades humanas de razonamiento y entendimiento por medio de un estado de shock y confusión, de depresión hiperactiva”.
Los tres “grandes” del siglo XX que innovaron las artes visuales quizás sean Duchamp, Beuys y Picasso, pero sus sucesores y buena parte de tendencias –salvando genuinas excepciones– se han banalizado, hasta derivas ridículas, sórdidas y absurdas. Como dijo hace poco un ciudadano francés que fuera entrevistado al azar, abrumado por la política como reality show que vivimos en nuestro tiempo: “¡El mundo está bien jodido!”.