Por muy avispado que uno sea, no se puede mantener siempre en lo más alto. El soroche no perdona. El mal de alturas se hace sentir, sin hablar de la ley de la gravedad, que todo lo hace caer.
Los franceses ilustraron al mundo en el siglo XVIII, pero en el XIX acusaron los lógicos mareos de las altas cimas. Les pasó por encima Napoleón y la locomotora de la revolución industrial. Se podría decir que mantuvieron el tipo hasta la década de 1850, momento en el que el PIB inglés se les fue ligeramente por encima, 51.806 millones de dólares, frente a sus 51.525. Además, Francia tenía otras amenazas pendientes.
Para la década de 1860, Estados Unidos le hacía il sorpasso con 63.175 millones, frente a sus 60.174, e Inglaterra ya se distanciaba claramente con 66.870 millones de PIB. Asimismo, Alemania le pisaba los talones, para finalmente dejarla atrás en torno a 1890.
Ante esta situación, los hábiles franceses tiraron de lo que más saben, de retórica, y acuñaron la acción cultural en el sentido que la conocemos hoy. Por ello, crearon en 1883 la Alianza Francesa, de carácter privado, que tenía por objetivo inmediato la promoción del idioma francés y por objetivo más remoto lograr que, a través del conocimiento de la lengua, la cultura y el entretenimiento franceses, esos consumidores culturales generasen una familiaridad con lo francés que los llevase a sentirse atraídos también por los productos franceses.
Más tarde, se crearía el Instituto Francés (1907), de carácter público, y le seguirían otros países, como Italia con el Dante Alighieri (1923), Inglaterra con su British Council (1934), y ya en el contexto de la Guerra Fría, la American House Institution (1945), y el Goethe Institut (1951).
Los países asiáticos fueron los últimos en ponerse à la mode. El primero fue Japón con su Fundación Japón en 1972. China no lo haría hasta 2004, a través de sus Institutos Confucio, cuando la acción cultural se había convertido en lo que se conoce como poder blando, el oro político más codiciado. Ya se sabe que el poder duro —ejércitos y economía— vencen, pero no convencen, que es el fin último de los políticos. Este próximo 27 de septiembre se celebrará, como todos los años, el día mundial de los Institutos Confucio.
Desde su fundación, los Institutos Confucio han crecido como los hongos, más de 500 en 162 países. Este pulso con estos números sólo se lo mantiene Francia. La red de enseñanza francesa en el extranjero la conforman 566 establecimientos, que acogen a cerca de 390.000 alumnos en 138 países. Esta red no tiene equivalente a escala mundial. En la actualidad, el British Council cuenta con un total de 177 sedes y centros propios repartidos por todo el mundo.
Cuando China y los Estados Unidos se amaban, no había estado americano, que no tuviese su Confucio, excepto seis de ellos. Hoy en día han cerrado más de 100 en América, e in crescendo, porque se sospecha que son un instrumento de propaganda del Partido Comunista Chino, cuando no, centros de espionaje.
Con respecto a lo primero, habría que decir que el definir una firme y activa difusión cultural como propaganda, es quizás llevarlo demasiado lejos, y parece más bien ser una fácil descalificación, como resultado de las tensas relaciones entre China y Occidente. Y con respecto a lo segundo, habría que precisar que toda institución es susceptible de ser un centro de espionaje, como así lo han sido algunas puntualmente a lo largo de la historia. Por esta razón, es ir demasiado lejos el afirmar que los institutos Confucio son centros de espionaje.
Desde 2012 hasta la fecha, el interés de los estudiantes extranjeros por los estudios de lengua china ha disminuido en torno a un 20%. Por lo que respecta a Ecuador, este interés ha fluctuado al alza con altibajos desde los 296 estudiantes, registrados en 2020, según datos facilitados por el instituto Confucio de la USFQ, a los 348 de 2024, pasando por los 359 de 2021, 210 de 2022, y 276 de 2023.
Si queremos explotar al máximo el Tratado de Libre Comercio entre el Ecuador y China, parece inevitable que se promueva el estudio de la lengua y cultura chinas en nuestro país, ¡Desbarbarízate, Ecuador!, como se comentaba en este mismo Diario el pasado julio. En esta línea, es de agradecer, a pesar de todos los rifirrafes intelectuales y comerciales entre el dragón y el águila, que todavía existan y se promuevan programas de becas americanos del más alto standing, como los de Schwarzman Scholars (Blackstone Group).
José Félix Valdivieso, “Director de IE China Center”, autor del libro “China para los nuevos bárbaros” (Nola editores, junio 2024).