Reivindicación del libro

La tecnología está poniendo en entredicho al libro. La tecnología, y la prisa como estilo de vida (esa angustia de correr hacia ninguna parte), están generando dudas sobre la función de la lectura, entendida como herramienta de conocimiento y pieza fundamental de la cultura. Me refiero a la lectura consciente y reflexiva de los libros de verdad, y no al método de aproximación somera y circunstancial al “rincón del vago”.

La imprenta y el libro son instrumentos subversivos. Lo han sido siempre. Sirvieron para que la reforma protestante cambie las relaciones de poder en Europa. Hicieron posible la impresión de la Biblia y permitieron que la gente del estado llano la lea sin intermediación de los curiales. Sirvieron también para que la literatura inaugure la novela.

El Quijote es hijo del talento narrativo y de la capacidad de evocación de Cervantes, pero también es hijo de la imprenta. La Ilustración y las ideas de libertad, entendida como patrimonio moral de las personas, prosperaron gracias al taller de los impresores.

El racionalismo, el liberalismo, la democracia, la República no habrían sido posibles sin el “peligroso” invento de los libros.

Sin ellos, no nos habría llegado la memoria de la Revolución Francesa, ni la evidencia del terror impuesto por los fanáticos que la sepultaron. Sin ellos, la memoria sería más corta y sometida únicamente a las versiones oficiales.

El libro, desde su invención, marcó la diferencia y se convirtió en el signo de la cultura occidental. Y también en el testimonio de la anticultura, y a veces, la brutalidad y la locura. Mein Kampk ha roto el record de lectura en Europa. Prosperan las memorias de Goebbels, las historias de las SS, las biografías de algunos bárbaros y de otros tantos criminales que ejercieron el poder.

Junto a ellos, las librerías exhiben los dedos acusadores de otros textos, certeros campanazos de humanidad que hacen posible la sobrevivencia del optimismo y la persistencia de la belleza. Está Voltaire y Saint-Exupéry; Octavio Paz y Milan Kundera; Ortega y Javier Marías. Está una rara biografía de Miranda y otra más rara de San Martín. Junto a la filosofía y al Derecho, también está el folletín coyuntural.

El libro, el de verdad, es la palabra bien escrita, es la idea que debe perdurar, y es también la otra, la que se debe rebatir. El libro es el mundo: lo bueno, lo malo, lo lindo y lo feo. La biblioteca universitaria y la librería y, por cierto, el “cuarto de los libros”, o la estantería modesta que cada cual tiene en su casa, son evidencia de que, más allá de la tecnología y su utilidad, esos espacios tienen un aire que los hace irremplazables, un aire, un olor y cierto dejo de paz que ninguna pantalla podrá eliminar, sin grave menoscabo de nuestra vocación de lectores.

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