Los afines al Gobierno con los que ventilo nuestras diferencias conceptuales comprenden, aunque no concuerden, que pueda discrepar con lo política en relación a los medios de comunicación; también, que tenga una lectura distinta de la política económica. Pero lo que les parece incomprensible son mis críticas al Buen Vivir.
¿Quién puede estar opuesto a una iniciativa destinada a hacer que el vivir en el Ecuador sea de mejor calidad de lo que es hoy? ¡Incomprensible! Sin embargo tengo fuertes reparos.
Cambiarle el nombre al Plan de Desarrollo por Plan del Buen Vivir es subordinar el desarrollo a otro objetivo. Sí, lo sé, es la tendencia: que el desarrollo no es todo, que ser económicamente desarrollado no implica ser feliz.
Pero el concepto de desarrollo tiene una ventaja: es algo medible, en cuyos resultados, y cómo lograrlo, hay bastante consenso. Es crecer, cuantitativa y cualitativamente. Hay una correlación aunque no perfecta entre desarrollo y PIB per cápita.
El Ecuador es un país de nivel intermedio de riqueza, entre Europa y África; desarrollarse es indispensable si vamos a elevar el nivel de vida para toda la población en la pobreza.
En cuanto al bienestar o buen vivir y cómo se lo puede medir, no hay ni vara adecuada, ni consenso sobre en qué consiste.
Otro reparo es que elevar a doctrina de Estado un modelo de buen vivir, por más loable que sea, es obligar a la población a adoptar el modo de vida que los gobernantes consideran apropiado. Es una violación al derecho del hombre a diseñar su propio camino a la felicidad.
Se argumenta que el pueblo votó en las urnas por una Constitución que entronice el Buen Vivir. Pero este, como otros vocablos que mueve este Gobierno (y no solo este), es un ente vacío al cual el poder le asigna el significado que quiere.
Toda sociedad, todo grupo social, tiene su concepto, explícito o no, de lo que es el Buen Vivir. Para los antiguos griegos era vivir éticamente, guiados por la razón, desarrollar las virtudes. Los estoicos y los seguidores de Epicuro ofrecían visiones alternativas.
Hoy en día, entre buen número de los adultos de edad mediana de nivel económico medio alto en las sociedades desarrolladas, pero también entre nosotros, el Buen Vivir es el culto al cuerpo: ejercicio extremo, alimentación espartana por lo general vegetariana, cirugía estética.
En el siglo XX se dieron casos extremos en que regímenes utópicos, en su búsqueda de transformar al hombre para que se encuadre en la visión oficial de Buen Vivir, rebosaron el autoritarismo y se volvieron totalitarios: fascismo, comunismo bajo Stalin y Mao.
Estamos a años luz de eso, pero el trasfondo es el mismo: el buen vivir como política de Estado es la imposición a la sociedad de la ideología de los que tienen el poder.