Venezuela, siempre en vilo

El golpe de Estado disfrazado de ‘institucional’ y la marcha atrás que dio el Tribunal de Justicia ilustran el esperpento que ha vivido Venezuela desde el advenimiento del gobierno de Hugo Chávez y la línea continua, en cuesta abajo, que trazó su sucesor, Nicolás Maduro.

Chávez dio un golpe de Estado contra el sistema tradicional de partidos que había demostrado la continuidad de una democracia civil pero también las inequidades de la pobreza extrema, la opulencia de grandes fortunas y la corrupción enquistada en el poder. Nadie discute que las razones que encarnó Chávez existían. Pero luego de la cárcel y las elecciones que ganó ampliamente instauró un esquema llamado Revolución Bolivariana, distinto al pensamiento del Libertador, y construyó una trama de concentración de poder excluyente que perdura hasta hoy y que tejió con las fuerzas armadas, a las que llamó revolucionarias.

Chávez soñó con ser el líder de América Latina, pero el pésimo manejo económico y la falta de respeto a los que pensaban distinto carcomió al sistema y volcó a miles a las calles. La protesta social que acompañó a Nicolás Maduro, sucesor de Chávez, no alcanzó para derrotar al receptor del luto por la muerte del llamado comandante. La oposición construyó una Mesa de Unidad Democrática, que dio batalla en las presidenciales con Henrique Capriles y luego le ganó la mayoría en la Asamblea Nacional.

El Régimen reprimió las protestas populares, encarceló a 108 dirigentes y coartó las libertades (la de expresión ya estaba herida seriamente). Maduro bloqueó con triquiñuelas el referendo revocatorio de mandato que permite la Constitución.

Ahora con la libertad apaleada y el hambre lacerando el estómago de los más pobres una sala del Tribunal Supremo de Justicia dio un zarpazo limitando los poderes de la Asamblea.
La decisión, que causó estupor mundial, un golpe en estricta norma, fue revertida, pero el daño deja otra herida sangrante.