Puede ser apropiado recordar o revisar “El silencio de los inocentes” que protagonizaron, con nivel del Oscar, Jodie Foster y Anthony Hopkins para entender el panorama institucional ecuatoriano. El taquillero thriller de Hollywood se asemeja mucho al que atraviesa el país, con una sola duda que la película sí absuelve.
En Ecuador se ignora quién es Aníbal, esto es, quién devora a todo el queda a su alcance, con sofisticadas dosis de canibalismo y crueldad. Todos se le pueden parecer, y por eso, se acrecienta la necesidad de extraer del viejo continente a un personaje que tiene muchas características del terrorífico actor de la película. Por lo menos para entender, más que resolver, un descalabro de corrupción institucional que supera con creces a Ignacio de Veintimilla, aquel dictador que coincidió con el auge del cacao y la cascarilla, suficiente para hacer gala del despilfarro de su gobierno hasta el final, cuando en Guayaquil con un cañón penetró en un banco y pudo solventar el exilio hasta su muerte.
Regresando al título de la película, en el Ecuador del decenio dorado, los corderos dentro y fuera de la Asamblea no balaron, pero ganaron ostensiblemente en peso y lo pretenden mantener hasta las próximas elecciones. Mientras tanto, como Aníbal, tienen cancha libre a pesar los desagradables estruendos que alteran el ambiente de la hacienda en que viven. No protestan, pues sus dietas de huesos y sobras son las mismas y no ha variado.
Lamentablemente la escasa educación cívica de la población no permite diferenciar entre lo que significa el Estado y el Gobierno. El uno es permanente, al que pertenecen las tres figuras principales que se encuentran en la capilla moral y la legal. El otro está formado por actores que no pueden ser removidos sino por la escabrosa senda del juicio político. Basta revisar para el efecto, el tortuoso camino que sigue uno de los funcionarios más repudiados de los últimos tiempos como es el Superintendente de Comunicaciones.
El camino político del presidente Moreno es difícil y se convierte a su vez en una suerte de excepción dilatoria -no resuelve- pero dilata o posterga. Es posible que solo le quede una salida moral como la que escogió el presidente Durán Ballén, cuando arengó a los soldados y a la patria con un grito que se convirtió en símbolo de la defensa territorial: “Ni un paso atrás …”
En la actual circunstancia, el Presidente puede demandar el retiro de la función estatal de los presuntos implicados por denuncias o evidencias: “Ni un paso atrás” en la lucha contra la corrupción. Podría incluso usar el mecanismo de la muerte cruzada, disolver el parlamento y que el CNE organice nuevas elecciones legislativas y se olvide de filtrar peligrosamente a los candidatos del Consejo de Participación Ciudadana. En política, la ingenuidad en un mandatario no es un atenuante, todo lo contrario. Además, es el momento de que las ovejas expresen su balido en las urnas.