Últimamente, eran días de pocas noticias.
Ya se estaba avanzando mucho en el problema del licor adulterado, los congresistas estaban tranquilos, quedamos mal con el Canciller como siempre (nada raro), matriculábamos a nuestros hijos como bien podíamos, etc., etc.
Pues bien, mirando en televisión después de este tiempo de paz, me enteré de que este fin de semana llegó el huracán con todas sus terribles consecuencias. Llegó con toda su aplastante fuerza. Terrible, duro, fuertísimo. Llegó con tal vehemencia como para que nunca se olviden de su presencia. No dejó jinete con cabeza, todo lo que estuvo en su camino salió disparado. No respetó de dónde era, a quién pertenecía, cuánto costaba, solo porque estaba allí en su paso, fue a parar lejos.
Cómo se hizo extrañar su ausencia, eran tiempos de paz, sólo cielos despejados hasta donde alcanzaba la vista, pero ni bien ya se sabía de su llegada todo se nubló. De hecho, su presencia representó problemas económicos por pagar de más de catorce mil millones y sigue subiendo la cuenta, incluso algunos huyeron a otras tierras en coincidencia con el hecho de que hasta con los juzgados cargó. Con todo lo que se apoderó este huracán, nada ni nadie estaba a salvo, especialmente los que osaban a cruzarse en su camino.
Este terrible huracán, se llamó… Irene claro, o usted qué pensaba.