El espacio que ofrece la prensa libre e independiente permite a la gente pronunciarse respecto a los más variados tópicos: quejas, denuncias, réplicas, etc.
Ahora, voy dejar de lado esos aspectos que interesan pero que saturan y están bastante trillados. Es bueno utilizar esta tribuna para manifestar lo que es motivo de añoranza y, por qué no, de un poquito de nostalgia.
La ciudad ha crecido lo suficiente para notar que, los que nos vamos poniendo viejitos, veamos cómo han desaparecido esas costumbres tan agradables como las que nos permitían acercarnos a la gente en épocas clásicas: en Carnaval, nos reuníamos para jugar con agua, harina y, eventualmente, con lo que teníamos a la mano; después, a disfrutar de la típica “humorada”. Cuando todavía éramos niños, íbamos a la “vermouth”; luego, un poco más grandes, a la matiné y, por último, a la función de especial o noche. Así se clasificaba los horarios de los cines. En noviembre, se jugaba cocos; en san Pedro y san Pablo, se saltaba las chamizas. En época de Navidad y Año Nuevo, las inocentadas nos obligaban a permanecer alertas para no caer en manos de los bromistas que estaban al acecho de los ingenuos. Nos trasladábamos en las líneas de buses, ahora ya desaparecidas: Colón-Camal; Ermita-Las Casas. Los domingos, íbamos a misa y después al “tontódromo”. Había seguridad, no era peligroso salir a cualquier hora. Como la mayoría no teníamos carro, tampoco había trancones. ¡Qué tiempos aquellos!