A diario, la comunidad ecuatoriana vive nuevos escándalos relacionados con los delitos perpetrados por los llamados revolucionarios de la década perdida. Y, extrañamente, la sociedad civil, absorta quizás, parece comportarse desleal consigo misma y se adormece en la inercia, sumida en la ilusión de que vendrán mejores días, y que será el actual Gobierno, conforme lo ofreció, el ejecutor de un nuevo rumbo, que en la realidad semeja un espejismo.
Mientras tanto, los delincuentes de cuello blanco “se pasan por la tranquera” y huyen de su sombra y de la justicia, otros –con pavorosa desfachatez- insisten en conformar agrupaciones “políticas”, asignándoles nuevos nombres cuyo deshumanizado objetivo es: mantener su “modus vivendi”, alimentar su ensueño de retomar el poder, y otros, ¿los indispensables?, continuar incrustados en el Gobierno, desangrando los escuálidos recursos fiscales.
Debemos entender en forma definitiva la invariable realidad: no son otros, somos nosotros mismos –la sociedad civil- quienes debemos organizarnos, urgentemente, para exigir indeclinablemente desde todos los espacios, que el Gobierno, la Asamblea y demás poderes del Estado, cumplan estrictamente con sus responsabilidades y nos entreguen los resultados positivos que la nación entera requiere.