Son diferentes las preguntas que palabras y gestos del papa Francisco suscitan en la conciencia de creyentes y no creyentes. Así cómo la Palabra (con la P mayúscula) que alimenta la fe de los cristianos.
Al escuchar un versículo del Salmo 122 que se leyó en la Misa del domingo pasado: “Señor, estamos hartos de injurias; saturados estamos de desprecios, de insolencias y burlas…” parecía oír las opiniones de la gente que en estos días marcha y protesta por las calles de nuestras ciudades.
La misma actualidad se sentía en el Evangelio, con las preguntas de los aldeanos de Nazaret, sobre Jesús: “¿No es el hijo del carpintero? Su madre no es María – una vecina del barrio?”.
Del mismo modo algunos ecuatorianos se preguntan: “¿Por qué tanto alboroto con este Francisco? ¿Quién es un Papa? ¿No es hijo de emigrantes italianos que buscaron fortuna en nuestro continente? ¿Por qué el Estado laico se arrodilla frente a él?” Sobre esto no seamos ingenuos, tal vez sea más la conveniencia que la devoción.
Sin juzgar la buena voluntad de nadie. Para el pueblo creyente es todo menos complicado; Francisco es testigo de realidades profundas que, como decía El Principito, se ven con los ojos del corazón y una luz que se llama fe.
A pesar de tantas debilidades, la iglesia católica goza de la alegría de ser una familia sin fronteras y de tener un padre y un pan: un padre y pastor no de ovejas mansas, sino de hijos e hijas que se sienten amadas, experiencia de la cual, demasiados niños de nuestra sociedad son privado.
Y un pan que alimenta esa hambre más profunda de la comida cuotidiana. Soy una de los/las tres mil misioneros extranjeros católicos en el Ecuador, agradecida por la acogida de este pueblo con el cual compartimos la vida, la alegría de la evangelización, la belleza de un casi paraíso, pero conocemos también, las condiciones infrahumanas de poblaciones aplastadas por la contaminación de sus ríos, de sus ambientes de vida, por la explotación de la minería y la expoliación de la tierra, por la marginación, obligadas a emigrar…
Las palabras de Francisco tendrán, sin duda, un impacto político como lo tiene la Palabra de Dios porque se encarnan en la vida de los pueblos que luchan, conscientes de sus derechos de ciudadanos y de hijos de Dios. A ti la palabra, papa Francisco.