Ya es hora de que empiecen a tranquilizarse y apaciguarse los ánimos en el Ecuador. Sin embargo, el Presidente debería ser el primero en tomar la iniciativa de preocuparse por el restablecimiento y la consolidación de la paz ciudadana en nuestro agobiado país. El Gobierno debería propiciar en todo momento y circunstancia la pacificación del país, a través del respeto, la confianza, el diálogo, el buen trato. La agresión verbal permanente, es un flagelo que practica a diario y a diestra y siniestra el Primer Mandatario, para tratar de zanjar cualquier conflicto, discrepancia o diferendo que acostumbra mantener con muchos políticos y ciudadanos de a pie, por el pecado mortal de pensar diferente. Lo que más bien está logrando la violencia verbal que reina en Carondelet, es el aparecimiento de nuevos y mayúsculos conflictos, en lugar de apaciguarlos, y, más todavía, de evitarlos. El Presidente debería obligarse en todo momento y circunstancia a defender y propiciar la verdad y la justicia, tan venidas a menos ahora. Cualquier proceder violento, hiere profundamente la dignidad de las personas, y constituye una ofensa seria al ser humano; no obstante ello, el presidente ni siquiera se inmuta, y continúa y continuará actuando así; de eso, muy a pesar de la ciudadanía, no cabe la menor duda.