El día sábado 4 de octubre tenía planeado almorzar con mi esposa un cebiche. Aprovechando la ausencia del cordonazo y el buen clima del fin de semana, decidí caminar hasta su oficina donde ella trabaja. Por seguridad ella me espera dentro de su oficina hasta que yo llegue, ya que los quiteños tenemos la costumbre de vivir aterrorizados con los asaltos. Cerca de su oficina, se me acercaron dos hombres, lo demás no recuerdo.
Cuando retomé conciencia cerca del hospital, me di cuenta que yo había sido una víctima más del robo con escopolamina. Lo que iba a ser una tarde relajada junto a mi familia, terminó en una visita de más de cinco horas al hospital y un fin de semana lleno de malestares. Gracias a Dios, no salí lastimado.
El día lunes comenzó la semana laboral y a pesar de la nueva semilla de temor que sembraron en nuestras vidas, mi esposa y yo continuamos responsablemente con nuestras obligaciones.
Me decía a mí mismo, la vida continúa, hay que dar vuelta a la página que ya todo pasó. Ahí fue cuando reflexioné y dije ¿por qué? ¿Por qué no denuncié este evento? ¿Por qué no exigí que a las autoridades hagan respetar mis derechos? Vivimos en un país donde estamos acostumbrados a callar, por temor nos hemos callado. ¿Dónde está la voz de un pueblo que es víctima de múltiples atropellos a sus derechos ciudadanos de vivir en paz y con seguridad?
Los ecuatorianos vivimos bajo una lupa de intimidación, que nos exige hasta con amenazas de prisión cumplir con nuestras obligaciones ¿El cumplir con nuestros deberes como ciudadanos no nos da el derecho a exigir? ¿Dónde está el país que tanto promocionan en el extranjero? All you need is Ecuador? Todo lo que queremos es paz