No existe arma más letal y de perjuicio masivo que un líder desequilibrado embriagado de poder, con tendencias compulsivas incontrolables y un odio patológico alimentado por resentimiento social que nubla su entendimiento y emociones. Sumado a esto, la ecuación siniestra de esta arma letal contiene otras variables como la capacidad intelectual de retórica de masas, el dominio natural de la palabra para subliminar al pueblo ignorante, en el buen sentido de la palabra, mantener la hegemonía de su poder a través del ejercicio del miedo amenazante, la permisividad de corrupción que alimenta su círculo íntimo y lo mantiene “leal”, el paternalismo no empático que subsidia la miseria de la población más vulnerable y el callar por cualquier forma los medios de comunicación y a quienes se opongan a su visión omnipotente y totalitarista.
La historia nos alerta de muchos ejemplos de estos hombres compulsivos, de estos líderes negativos que han causado los peores males de la civilización moderna, de quienes hoy hablamos y seguramente nos preguntamos cómo se pudo evitar tales males de inimaginable odio, sometiendo al mundo a pruebas y esfuerzos mancomunados para superar, con muchas pérdidas, aquellas épocas tenebrosas que cada tantos años parecen estar de vuelta.
“La unión hace la fuerza”, frase trillada que de tanto repetir pierde la esencia de su significado, pero que debemos retomar con diligencia y astucia para sopesar la balanza en desequilibrio trastornado que está viviendo nuestro amado país, dejar que el tiempo pase sin hacer nada es un grave error pero agachar la cabeza y asentir como títere es un error aún más profundo.