Siempre he considerado que la lectura es una de las actividades más productivas y beneficiosas para la mente humana. Considero el acto de leer como un ejercicio de la mente, igual que lo es a los músculos el ejercicio físico. Cuando leemos, nos relajamos, le damos a nuestra imaginación, con cada libro, un nuevo motivo de fantasear y a nuestra capacidad analítica una nueva herramienta de desarrollo. La lectura también nos permite conocer sobre otras latitudes, países y sus costumbres, y lo que es fundamental, comparar con nuestros hábitos y de pronto, hasta adaptar (no adoptar) lo que leemos a nuestro diario convivir. Si adaptamos, estamos haciendo uso de nuestra voluntad y de nuestro posibilidad de deducción.
Todo esto nos lleva, definitivamente, a fortalecer nuestro yo, a darle forma a nuestra personalidad, a alimentar el intelecto. Todo lo anterior es aplicable cuando la persona que lee es una persona libre de ataduras, de condicionamientos, como los complejos sociales, o los traumas infantiles, que generan resentimientos y actitudes agresivas contra los distintos. Cuando la persona que lee adolece de complejos y resentimientos, busca en las lecturas la oportunidad de justificar las actitudes que estos producen. Entonces, estamos frente a lectores condicionados.
Estos lectores adoptan lo que leen, cuando lo leído los hace sentir bien con sus traumas, y se transforman en simples repetidores de pensamientos ajenos, sin analizarlos. Los vemos pregonando pensamientos plasmados hace casi un siglo y defendiendo, por ejemplo, lo que dijeron Marx o Mariátegui, sin adaptarlo, simplemente adoptándolo. Los que leen y adoptan son los dogmáticos o doctrinarios, simples repetidores de pensamientos ajenos, sin evaluarlos de acuerdo a nuestras realidades geográficas, históricas, sociales. Esas personas son un peligro para una sociedad, pues su incapacidad analítica nacida de una fijación mental originada en un resentimiento o un trauma, si llegan al gobierno, no podrán hacer deducciones.
Simplemente, se quedarán con lo adoptado de las lecturas transformadas en dogmas, por satisfacer su necesidad enfermiza de revancha.