La educación prospera y hace prosperar a las personas cuando impulsa el desarrollo intelectual de cada persona. Se manifiesta a través del tiempo con el desarrollo de ideas personales y con los análisis serios, ponderados que hacen los individuos de las situaciones sociales y políticas de su entorno.
Los sistemas educativos que mejores resultados dan en esta dirección, son aquellos que permiten que el individuo se desarrolle como tal en todos los campos. Para lograr esto es indispensable que se estimule el libre pensamiento (inclusive la Biblia lo incentiva y lo llama libre albedrío) y el acceso a todas las corrientes de pensamiento. Un sistema educativo bien concebido debe garantizar esto.
Aquellos sistemas de educación que sirven como herramienta de “un proyecto” político son perjudiciales para los individuos: circunscriben sus textos a la promoción de un solo tipo de pensamiento, a ensalzar personas y crear un culto alrededor de ellos. Esta práctica atrofia la mente, la deja navegando alrededor de ideas fijas, en muchos casos fracasadas u obsoletas, no aplicables por su rigidez, y, lamentablemente, impuestas como dogmas.
Es irónico, quienes más imponen este tipo de ideologización o dogmatización, son los gobiernos que se autocalifican de izquierda. Afortunadamente no son todos, pero siempre son aquellos que logran llegar al poder y se marean con ese poder, contrario a las ideas de uno de sus ideólogos más prominentes: Carlos Marx. Marx sostenía que la religión es el opio de los pueblos, pues los adormecía mediante los dogmas e imposiciones. Hoy, los gobiernos de izquierda han transformado la ideología en dogma, en religión.