En medio de tantas noticias negativas, la Jornada Mundial de la Juventud es una gran fuente de esperanza. Realmente alentador ver a cientos de miles de jóvenes de todo el mundo vibrando con las palabras del romano Pontífice, dispuestos a pasar horas y horas bajo el sol y el calor para recibir su bendición, porque ven en él
al Vicario de Cristo en la Tierra y porque su mensaje, sus enseñanzas, que son las del mismo Cristo, están llenas de caridad y coherencia, de esperanza y exigencia.
Cuántas veces hablamos en reuniones sociales o familiares con preocupación sobre el futuro de la juventud, porque vemos que los chicos y las chicas son presa fácil del consumismo y de los vicios; sin embargo en Madrid y en cada JMJ hay millares de jóvenes capaces de sacrificios, que se divierten sanamente, que se ayudan, que cantan, reflexionan, rezan.
La juventud necesita ideales, la juventud necesita modelos, necesita motivos; si los tiene, habitualmente, reacciona bien. Nos toca a los adultos esforzarnos por presentarles horizontes de vida más humanos. Como decía Benedicto XVI en su Discurso ante Profesores Universitarios: “Los jóvenes necesitan auténticos maestros: personas abiertas a la verdad”, pero esa verdad compromete, nos compromete a defender los principios humanos que no son otros que los principios cristianos.