Difícil entender la actitud del Presidente en el Informe a la Nación, del que se encargaron los ministros y no quien debía hacerlo, como manda la Constitución. Se pensó que el mensaje sería un llamado a la concertación, a la tolerancia, a la unión, al respeto a las ideas ajenas, proviniendo de un presidente académico, cuya formación contempla la apertura a las corrientes del pensamiento universal.
¡Qué decepción! Es desolador escuchar al Presidente, que se supone es de todos los ecuatorianos, un discurso político duro, virulento, confrontador, desproporcionado, contra quienes considera no sus adversarios sino enemigos, especialmente contra los medios de comunicación independientes, que gozan de la confianza de la ciudadanía. Esta confrontación y ataque a los medios, periodistas y grupos sociales ha desprestigiado al Presidente, tanto dentro como fuera del país, ha desgastado a su Gobierno, opaca cualquier labor positiva, por lo que no se entiende la insistencia en atizar el fuego de la división, de la confrontación, habiendo palpitantes problemas que resolver, como la inseguridad, el desempleo, el incremento en el costo de la vida, las diarias quejas por el mal servicio en los centros de salud.