Soy madre de 4, máster en educación, y vivo, como muchos padres de familia, momentos colectivos de desesperación. Mis pequeños deben rendir exámenes acumulativos en media jornada, perdiendo valioso tiempo de instrucción. Quienes toman estas decisiones han olvidado que el 95% de los padres trabaja y una supervisión adulta resulta incomprensible (a estos niños con un margen de estudio de 1 hora les sobra el tiempo libre, a lo que se sumarán las 2 semanas de febrero).
El ambiente es de estrés absoluto: los padres exigen de sus hijos altos niveles de memorización, ellos se concentran en el único objetivo de alcanzar un promedio de mÃnimo 7, y no en aprender y comprender, y los profesores se apuran por crear evaluaciones dentro de parámetros de puntaje oficial, desesperados por ‘que pasen’ los niños y no tener que igualar en las vacaciones. Los supervisores arrinconan a los profesores para que cumplan con los contenidos que los exámenes deben cubrir, muy al margen de la realidad educativa. ¿Qué ha sido del programa ministerial que debió haberse forjado de una cabal investigación dentro de las exigencias de nuestro medio?
A pesar de que se capacitan a los maestros con propuestas innovadoras, en realidad hemos vuelto a la educación tradicionalista y memorÃstica, donde los exámenes han robado el enfoque que habÃan ganado los proyectos reflexivos y cooperativos, y la construcción del conocimiento, los cuales resultan en el aprendizaje significativo a largo plazo. Las secuelas más graves y a gran escala son las de los alumnos que no lograrán apreciar el carácter constructivo que tiene la evaluación y la asociarán con la ansiedad y el frenesÃ. ¿Serán acaso confiables las decisiones que se tomen en base a la información obtenida en estas condiciones?