La educación: política de Estado

Con impotencia, constatamos a diario cómo la estructura social de nuestro país continúa resquebrajándose, como consecuencia del permanente embate que ha sufrido por parte de los gobiernos, acentuado con descaro y alarde durante la nefasta década perdida, cuyo gobierno instauró, en forma sistemática: la farsa, el doble discurso y la corrupción, como políticas de Estado.

El resultado de este monstruoso atropello se lo puede percibir –in crescendo-, en toda una generación que ha asimilado como normal los equívocos mensajes: “hacerse ricos a como dé lugar y en el menor tiempo posible”, o cuando de autoridades se trata: “roba, pero hace”. Este daño a la moral, es de los mayores perjuicios causados por la mal llamada revolución ciudadana, que tomará décadas en ser rectificado. Esto, en caso de que los delitos cometidos contra el erario nacional, tengan la sanción correspondiente y sienten precedentes.

Cómo devolver a los jóvenes el sentido de ciudadanía, de pertenencia a una sociedad, de trabajo perseverante y honestidad en todos sus actos, debería ser uno de los más importantes retos a enfrentar por quienes aspiran al poder, desde luego con apoyo del segmento consciente de la población, que aún existe. Es urgente invertir en educación -así como lo ha hecho Chile en Sudamérica, o Finlandia en Europa-.

Este último país, convirtió en misión primordial del Estado la concepción de una educación pública como base fundamental para la creación de un futuro menos mediocre y desarrollo del capital humano, llevando al país del retraso y pobreza a un sitial privilegiado. Detrás de esto, seguramente estuvo gente con visión de futuro y con mucho amor propio y a su país.  

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