Al salir de mi oficina, en el sector de la av. Orellana y Almagro, me topé con una chica discapacitada, que avanzaba penosamente entre los autos. Me ofrecí a ayudarla y me dijo que su destino era la av. Colón y Yánez Pinzón. Le dije que con el mayor de los gustos empujaría su silla de ruedas. El trayecto no tiene más de cinco cuadras largas. Mientras recorría con ella la calle Yánez Pinzón, pude constatar que no había una sola acera habilitada para discapacitados, por ende el trayecto fue por la calle. Las calles en mal estado, llenas de parches, con tapones de edificios en construcción, nos obligaban a transitar por la mitad de la vía. Las pocas aceras disponibles estaban tomadas por autos y camiones de carga. Muy pocos ciudadanos al volante bajaron la velocidad como precaución. Nadie más se comidió en ayudar. La gente nos veía con total indiferencia. Al llegar al destino tuvimos que hacer un gran esfuerzo, los dos, para que pudiera subir a la acera, pues no había rampa cerca.
Solo ayudando a esta persona pude comprender lo duro que significa para un discapacitado trasladarse en Quito. L o primero que se necesita son obras que faciliten su movilidad.