Después de los sucesos que se dieron la semana pasada en el país, los ecuatorianos debemos entender que nos estamos enfrentando al mismo demonio. Un demonio que no entiende de límites y que puede rebajarse al nivel que tenga que rebajarse para conseguir sus protervos intereses.
Un demonio que puede llegar incluso a sacrificar a su propia gente para salvar su pellejo y su vanidad. En la década del correísmo, los principios y valores fueron arrastrados y reemplazados por un jolgorio de robo, narcotráfico y probablemente crímenes de estado.
Es penoso ver que a pesar de las evidencias que han salido a la luz sobre los retorcidos métodos de la forma de operar del gobierno de la Revolución Ciudadana, todavía haya ecuatorianos que les es más importante alimentar sus odios y ambiciones personales.
Los buenos ecuatorianos más allá de defender la democracia y la libertad, debemos defender la salud espiritual del país y no dejar que nuestro bendecido Ecuador vuelva a caer en una decadencia moral que estuvo a punto de podrir totalmente nuestra sociedad.