A combatir la corrupción desde la cotidianidad de nuestra vida

Se le atribuye al filósofo griego Pitágoras la célebre frase “educad a los niños para no castigar a los hombres” pensamiento que nos conduce necesariamente a reconocer que son la familia y la escuela interactuando con su entorno social, los primeros escenarios o espacios fundamentales para nuestra “formación”, entendiendo como formación en el contexto de esta cruzada contra la corrupción, al proceso de educar, de enseñar a “ser hombres y mujeres íntegros, honestos, honrados, éticos”.

La corrupción es una conducta inherente al ser humano; no nace con nuestros genes, es una forma de ser, es una actitud reñida con la moral, con la ética, con lo legal, con lo licito, con el correcto proceder, actuar, comportarnos, por consiguiente; puede ser adquirido, aprendido, pero también, eliminado.

La corrupción es un antivalor, y todos sabemos que los valores, las buenas costumbres, los buenos hábitos, las buenas actitudes las hemos adquirido, aprendido de nuestros padres, de nuestros abuelos, que han sido nuestro ejemplo y referentes en nuestros hogares, en nuestra familia.

Al entrar a la escuela y a lo largo del proceso educativo, ese sistema de valores, que constituye la estructura, los cimientos del “ser humano” se complementa, se fortalece con el aporte formador del maestro, de la escuela, el colegio, la universidad, nuestros segundos hogares y referentes en nuestro proceso de desarrollo humano.

Familia y escuela, padres y maestros, incidirán para bien o para mal en la formación del ser humano en el contexto de un tercer protagonista o agente formador, como es “la sociedad”, que de igual forma contribuirá con nuestro crecimiento personal.