Nadie sabe cómo llegó hasta la legendaria bota; dice una leyenda, que Poseidón convirtió su caballito de acero en uno de mar, para que pudiera cruzar los turbulentos océanos; luego, ya en el mediterráneo le acunaron los fenicios en sus memorables barcos, hasta llegar a la esplendorosa Italia, donde el espíritu del buen Carlomagno le esperaba, para mostrarle el secreto de como conquistar la amurallada Roma; eso sí, ante la envidiosa mirada del contumaz Aníbal, y el feroz Atila, en caballos de carne y hueso, jamás pudieron someterla. Proveniente de humildes y remotas estepas andinas, “este aguerrido bárbaro del pedal”, forjado en el frío de las montañas ecuatorianas, sin hordas enfurecidas en su séquito, sin derramamientos de sangre a su veloz paso hacia el trono; tan solo, espoleando a su anoréxico corcel durante extenuantes empinadas, y acorazado con la rosada armadura, de mejor guerrero del asfalto, Carapaz “El Grande”, se ha proclamado emperador de este magnífico imperio, donde otrora reinó Julio César.
Y es que gracias a ese idilio que viene de años, entre aquellas peregrinas ruedas, y sus poderosas pantorrillas, Richard, ha conquistado todos los caminos que conducen a Verona, para una vez en esta réplica de la ciudad eterna, y en la mítica arena de su coliseo, ser ungido como César… El César de los gladiadores… perdón… de los ‘pedaleadores’.