Urge con prioridad tomar cartas en el asunto y normar el tema de ruido y niveles de volumen alto que afectan a la tranquilidad humana.
Quizás la moda, la tecnología y demás argumentos han dejado de lado la paz, la conversación y la sana interrelación de los seres humanos, pues parlantes en alto volumen en las calles que promocionan locales del comercio, culto en iglesias evangélicas, cines, bares, discotecas, resonadores de escape de automóviles, sirenas, alarmas, dejan un sabor a perturbación en el diario vivir.
No se trata de llamar la atención por el alto volumen para un consumismo desmedido, sino de proporcionar niveles de fidelidad decibélica que incorporen belleza de sonido y acompañen al alma en el peso de la vida diaria del ser.