Resulta insólito pensar que después de largos y penosos años en que los jubilados aportaron con su trabajo, constancia y dinero “contante y sonante” al progreso y engrandecimiento de la patria, ahora se pretenda “gratificar” su esfuerzo con “bonos del Estado”. Siempre he insistido y remarcado que la gratitud es uno de los valores fundamentales que debe primar en el comportamiento humano… pero, al parecer, en los actuales momentos, este valor se ha convertido en una utopía, pues es innegable que las personas de la tercera edad son subestimadas, humilladas y, en ciertos casos, ignoradas por una sociedad que se desvaloriza e involuciona cada vez más. El anciano es relegado, desatendido y mancillado. Si bien es cierto el Municipio los ha congregado en los denominados centros “Sesenta y Piquito” que los mantiene, prácticamente, “entretenidos”, esto no basta para satisfacer sus necesidades más elementales, en lo que a salud, bienestar, seguridad y a otros cuidados se refiere. Los “bonos” estipulados por el actual Gobierno no constituyen sino “injustas migajas a largo plazo”, que no se compadecen con la precaria situación real de los jubilados que, de ninguna manera, les permitirá tener una “vida digna”, como lo pregonan los spots publicitarios; en contraposición a los llamados “bonos de pobreza” que, irónicamente, les son entregados en “dinero efectivo” y cuyos beneficiarios, en su mayoría jóvenes, bien podrían aportar a la sociedad y “ganarse el pan con el sudor de su frente”.
Octubre, Mes del Adulto Mayor, rindámosle, entonces, ¡su merecido homenaje!